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El misterio de las 300 holandesas
Jorge Sabaté Martí
(…) Apagué el sonido de la ultrapalm. Después ordené que desapareciera la página de boletines del gobierno y el reportaje del nuevo TMM se esfumó de la pantalla, apenas una lámina de un centímetro de grosor y con una superficie de setenta por setenta centímetros. En ésta quedó la imagen de mi apartamento a todo color, como si estuviese mirando hacia el interior desde una de las ventanas del comedor. Grité:
–¡Moni Penny, sal del sofá y vete a cazar ratas!
El maldito gato, que en la pantalla aparecía tumbado en mi amplio sofá de cretona blanca, pegó un brinco y saltó al suelo con un maullido de resignación. Sonreí con satisfacción; era maravilloso poder vigilar a distancia a aquel inmundo bicho que le había regalado a mi ex mujer cuando aún estábamos casados. Y todo porque no pudimos tener hijos... O, mejor dicho, ni pudo ella ni quise yo.
Iris había vivido en el campo de niña, hasta que los niveles de radiación ya no lo permitieron y todos los locales ricos se tuvieron que convertir en urba. Es posible que las radiaciones afectaran a su fertilidad. A muchas personas les había ocurrido. Ocurría constantemente entre los inmis: cánceres de todo tipo, hijos con malformaciones...
Sucedía en todo el mundo. Incluso ahí abajo, sobre el asfalto del Distrito Financiero, miles de mutantes pululaban cada día expuestos continuamente a las radiaciones ultravioletas. En fin, puedo dar fe de ello, a diferencia de muchos de mis conciudadanos, que sólo conocían lo que veían por las ventanas ahumadas de triple filtro.
¿Y qué veían? Bien, cada uno veía lo que tenía enfrente. Depende de lo alto que se estuviera en el bloque de oficinas. O del sector del distrito en el que se trabajase. Yo me acercaba a mi triple filtro y veía el enorme vacío de la plaza de Cibeles y la avenida de Recoletos, con sus baobab y sus palmeras reventando con sus raíces el pavimento, y algunos troncos muertos de antiguos plátanos, y las aceras y carriles despoblados... Y la estatua de la diosa ennegrecida y pintarrajeada. Con ese silencio sobrecogedor expuesto al brutal sol de mediodía. Madrid, cuarenta grados. Temperatura constante durante todo el verano. En los veinte, la radiación y las emisiones de dióxido provocaron una irreparable alteración climática y sólo quedaron dos estaciones en gran parte del hemisferio norte, que se alternaban bruscamente: invierno y verano. Seis meses y una temperatura fija, a mediodía, para cada una. En invierno eran unos aceptables veinticinco grados, pero no paraba de llover un agua rojiza y polvorienta, cargada mayoritariamente de ácido sulfúrico. En verano, el sol implacable se imponía en la ciudad con sus cuarenta grados y la lluvia se hacía caliente y más espaciada. Entonces era imposible salir a la calle porque el calor asfixiante se mantenía hasta la caída del día. Bien, en el caso de que uno quisiera salir a esa maldita selva. O contase con el material necesario para hacerlo. Ya lo decían los urba madrileños cuando había que resignarse a alguna desgracia; era una frase hecha que lo resumía todo: Madrid, cuarenta grados.
De todos modos, ¿qué más les daba a los urba? Ellos nunca estaban expuestos al sol de mediodía, ni al calor, ni a la lluvia lacerante de las tempestades invernales. No, eran los inmis y los don los que lo sufríamos. Los urba eran como ratas de laboratorio, pero en versión afortunada. Creían que la mayoría de la gente era como ellos, que vivían recluidos en sus urbanizaciones; en los distritos donde el agua llegaba potabilizada y no existía el acecho de los inmis. Allí, en la sierra, más fresca que el Distrito Financiero, o en las vegas de Aranjuez, donde el agua era abundante y fácilmente depurable, era donde de verdad estaba la ciudad. Allí descansaban los urba de sus intensos días de trabajo; allí, en la puerta de sus casas, recibían todo lo que necesitaban para su máximo confort.
La urbanización era su mundo y en ella, tal como el presidente había dicho, podían gozar de unas comodidades impensadas en la historia de la humanidad. Los demás teníamos que apañarnos. A algunos nos iba mejor y a otros bastante peor. Mucho peor, diría yo. Pero de eso, los urba nada sabían.
Lee el primer capítulo de "El código secreto: el misterio de las 300 holandesas"
El libro acaba de salir y lo publica Minotauro. Ya me lo leí hace un año en la ultrapalm y prometo que merece la pena. Suerte, Jordi.
Ignacio Escolar | Mayo 8, 2006 11:36 PM
Promete... ¿Es este el ganador del premio minotauro de 2005? Si es así, han tenido un gusto impecable. Chapeau!
No, el ganador fue Los sicarios del cielo.
Por cierto, ¿soy el único al que le parece que el título guarda algo de semejanza con Los señores del Olimpo (ganador del 2006)?
No, Priapo, yo estaba pensando "¿de qué me suena ese título?". Les debe gustar la cosa celestial...
Si que promete sí...
Lo que me da miedo es lo de la "ultrapalm", yo sigo anclado en el pasado en según que cosas...
No fue el ganador, es uno de los cuatro finalistas del Minotauro.
Pues yo no lo acabo de ver. De momento el plantamiento de base me parece tremendista y poco creíble, y relata algunos fenómenos atmosféricos dudosos aun dentro de los parámetros que maneja. Por ejemplo se necesitan ciertas condiciones para que llueva. Ahora la cosa es ver como maneja esa situación que ha planteado, pero de entrada la moralina que se vislumbra en el primer capítulo me echa para atrás y mucho.
Oye, con mal pie entras en la novela. Pero bueno, tienes libertad para leeerla o no. Respecto a lo de los fenómenos climáticos, qué quieres que te diga, es como si me criticas el color de las tapas o las dedicatorias: es FICCIÓN. Y la moralina, pues diría que es pronto para vislumbrarla. Pero te aseguro que no es una novela de ensalzamiento de las políticas liberales, pero tampoco un ensayo de Gaspar Llamazares...
Saludos.
Bueno, de momento describes un fuerte efecto invernadero aliñado con lluvia ácida, a eso me refiero con la moralina. De todas formas la leeré y no te preocupes que no me duelen prendas en rectificar si me gusta.
Mi opinión no va más allá de mi opinión, en CF prefiero el HARD, pero eso no quiere decir que no valore lo demás.
Y por supuesto no me voy a meter en como escribes la novela.