Alberto Ruiz-Gallardón. Fue Francisco Marhuenda, director de La Razón y ex jefe de gabinete de Mariano Rajoy, el primero que recuperó su nombre. Fue hace un mes, el 2 de abril, y aquel comentario en la boca del lobo, en la tertulia de Losantos en la COPE, ha provocado más de un patinazo desde entonces. “Yo creo que Rajoy está pensando en Gallardón para su lista en el congreso”, dijo Marhuenda. Y Esperanza Aguirre tembló.
Francisco Marhuenda, un mes después, asegura que aquel comentario fue inocente; que sólo le movía la intuición y la lógica, el conocimiento cercano de la manera de pensar de su antiguo jefe, y no información directa. ¿Le pasó realmente a Rajoy por la cabeza la idea de recuperar al alcalde de Madrid, que ya fue secretario general de AP, para la política nacional? Puede ser. El caso es que aquellas palabras de Marhuenda en la COPE fueron uno de los desconocidos detonantes de la guerra que, al grito de “no me resigno”, declaró Esperanza Aguirre unos pocos días después. ‘Si lo dice alguien tan cercano a Rajoy como Marhuenda, algo de verdad habrá’, pensaron los aguirristas, que espolearon a su lideresa con Gallardón como pica. Para la presidenta de la Comunidad de Madrid, la simple posibilidad de que su archienemigo, el alcalde, se sentase a la derecha del padre era de por sí lo bastante grave como para saltar. Y Aguirre saltó… al vacío.
Un mes después, cuando el humo de aquella primera batalla ya casi se ha despejado, la lección para Rajoy es clara. Ya sabe cuál es el mayor punto débil, el talón de Aquiles, del general rival: a Aguirre le pierde su odio a Gallardón. Si Rajoy desea que la lideresa salte otra vez, y se despeñe contra las rocas de un congreso que ya está muy atado, sólo tiene que premiar al alcalde de Madrid. Basta con enseñar el capote de Gallardón para que Aguirre embista. ¿Secretario general del PP? Difícil, pero no imposible. Dependerá de los movimientos de su melliza enemiga. Tiene su gracia que el destino de ambos políticos, Aguirre y Gallardón, esté tan íntimamente ligado. Lo que el odio ha unido, ya no lo separa el hombre.
Pero la vida en el PP no se acaba en el congreso de Valencia. Dentro de algo más de un año se celebran elecciones europeas y el nombre de Gallardón suena también para encabezar esa lista. Es un regalo envenenado para la vanidad del alcalde de Madrid. Si acepta, por fin podrá medir su gancho electoral frente al PSOE en unas elecciones en toda España. Pero sea cual sea el resultado, aunque las gane, tras las urnas sólo espera el destierro. Basta con hacer un repaso a los últimos cabeza de lista para las europeas del PSOE y del PP: Jaime Mayor Oreja, Josep Borrell, Rosa Díez, Abel Matutes, Fernando Morán… Para la mayoría de los políticos españoles, Bruselas suele ser la última estación.
“Para las europeas quedan 14 meses, y en este negocio una semana ya es una eternidad”, dice un dirigente del PP. En su partido, más allá del destino del alcalde, otros políticos buscan su lugar en el mundo. El que más prisa tiene, como de costumbre, es el último en llegar.
Manuel Pizarro. “Yo no quiero nada, Mariano, llevo 25 años siendo mi jefe, no me voy a poner ahora a ordenar lo que hacen los diputados”, le respondió Pizarro a Rajoy en su enésimo rechazo a un puesto menor dentro del Congreso. Tras encumbrar a Soraya Sáenz de Santamaría, a Pizarro le han ofrecido casi de todo dentro del grupo parlamentario popular y a todo ha dicho que no. Ya no quedan muchos caramelos en esa bolsa y ninguno de ellos puede compensar los que ha perdido.
Pizarro comenzó a arrepentirse incluso antes de perder las elecciones. A las pocas semanas de enrolarse en el PP, se convirtió en unas de esas personas a las que basta que le preguntes “qué tal” para que te lo cuenten. “¡Quién me mandaría a mí!”, se lamentaba el turolense. El ahora diputado renunció a un sueldo millonario porque pensaba que sería ministro (“de Justicia, no de Economía”, decía él siempre). De diputado raso, y sin el cariño de Rajoy, la cosa pinta peor.
Un posible destino, a la medida del personaje, podría ser la presidencia de Caja Madrid. Pizarro cumple el requisito más importante: ser íntimo amigo de Esperanza Aguirre.
Juan Costa. Pizarro es el más famoso, pero no el único que ha renunciado a un sueldo de impresión a cambio de entrar en las listas de Rajoy. En parecida situación está Juan Costa, que dejó la presidencia de Ernst & Young, donde ganaba un millón de euros anuales, para volver al Congreso. Si Rajoy no le encumbra como secretario general, en sustitución de un Ángel Acebes al que todos dan por amortizado, tampoco parece probable que aguante cuatro años de oposición.
Juan Costa, natural de Castellón, tiene en el presidente de la Generalitat Valenciana, Francisco Camps, a su principal apoyo. Su hermano, Ricardo Costa, es el secretario general del PP valenciano y uno de los hombres de máxima confianza de Camps. Sin embargo, este respaldo es también una dificultad para Costa, pues Rajoy desconfía de Camps casi tanto como de Aguirre. “Mariano lo tiene crudo, tiene que elegir entre los que le quieren envenenar o la que le quiere acuchillar”, asegura un amigo personal de Rajoy.
El viernes, en el acto del bicentenario del 2 de mayo, Pizarro, Rajoy, Esperanza y Gallardón coincidieron entre periodistas y canapés. Se dieron besos y abrazos y abusaron del subjuntivo. “En el supuesto de que hubiera habido” polémica con Aguirre “está ya zanjada”, brindó Rajoy. El armisticio del 2 de mayo no durará mucho. Con las cosas del poder no se juega.