Hotel Ritz. 17 de mayo de 2000. José Bono cruza el Tajo. El presidente de Castilla-La Mancha da una conferencia, en un foro organizado por ABC, para presentar sus ideas de renovación frente a la crisis socialista. Tras la derrota de Joaquín Almunia ante José María Aznar, el partido más antiguo de España, el que más afiliados tiene, se encuentra gobernado por una gestora. En julio se celebrará un congreso para elegir a un nuevo líder. Bono aún no lo ha confirmado públicamente, pero todos dan por hecho que presentará batalla.
Pero lo más interesante de ese día no se dice en el atril desde donde Bono habla sino en las mesas de invitados. Ana Rodríguez, la mujer del presidente manchego, conversa con José Luis Rodríguez Zapatero, un desconocido diputado leonés que lidera Nueva Vía, una corriente interna dentro del PSOE por la que nadie da entonces un duro. “¿Vas a hacer sufrir mucho a mi marido?”, pregunta Ana Rodríguez. “Yo haré lo que diga Felipe y crea conveniente”, responde Zapatero.
Esta conversación, en apariencia trivial, es una de las claves que explican por qué José Bono, dos meses después, perdió la secretaría general del PSOE. De la respuesta de Zapatero en aquella conversación, Bono interpretó equivocadamente que detrás de Nueva Vía sólo estaba el interés de Felipe González por evitar que su victoria fuese aplastante; que Zapatero, en realidad, se presentaría a la batalla interna sólo con la intención de mejorar su posición en el partido, tal vez con el objetivo de convertirse en su portavoz en el Congreso de los Diputados. Tras este error de apreciación, Bono se equivocó del todo. Calculó mal sus fuerzas, despreció alianzas porque pensaba que ganaría de calle sin necesidad de ceder ninguna parcela de poder. Planteo la guerra interna sin tomar prisioneros: “El que se presenta y pierde no es integrable; no somos la casa de la caridad”, llegó a decir. Minusvaloró a su oponente y fue derrotado. Perdió el congreso por sólo nueve votos.
Esta semana, algunos de los miembros fundadores de Nueva Vía han recordado con cierto escalofrío la primera vez que Zapatero les dijo que Bono sería presidente del Congreso. Fue apenas unos días después de aquella conversación en el Ritz y pocos se lo tomaron en serio. “Voy a presentar mi candidatura a secretario general del PSOE”, les dijo Zapatero. “Y voy a ganar, y después ganaré las elecciones. Y cuando sea presidente del Gobierno nombraré a Bono presidente del Congreso de los Diputados”. Y acertó en todo.
A diferencia de su rival, Zapatero sí integró a los que se presentaron y perdieron. Con Bono, además, le une una relación especial, pues fue Zapatero quien le mató políticamente. A pesar de algunos desplantes, como el ridículo de su frustrada candidatura a la alcaldía de Madrid, el ex presidente manchego es hoy, gracias a su antiguo rival, la tercera autoridad del estado. En su nuevo puesto, Bono incluso cobrará más que el propio presidente del Gobierno.
Zapatero, en política, aplica ese consejo que don Vito Corleone le da a su hijo Michael en ‘El Padrino’: “Mantén cerca a tus amigos pero aun más cerca a tus enemigos”. No siempre le sale bien. Rosa Díez, la otra candidata derrotada en aquel congreso, eurodiputada socialista hasta hace nada, es el mejor ejemplo de que el talante no es infalible.
Sin embargo, las formas de Zapatero hacen posible que los que en aquel momento, en el año 2000, fueran sus rivales hoy puedan ser sus más íntimos colaboradores. Rubalcaba estaba del lado de Bono en aquella guerra. “Yo soy un hombre de partido”, le dijo a su nuevo secretario general al acabar el recuento. Y ahí sigue. Ocho años después, la batalla por el partido se juega en otro campo.
Casino de Madrid. 7 de abril de 2008. ¿Cruzará Esperanza Aguirre el Rubicón? La presidenta de Madrid dará el lunes una esperada conferencia. Como hace ocho años con José Bono, el organizador y anfitrión es de nuevo el ABC, aunque el director ha cambiado –ya no es José Antonio Zarzalejos, en gran medida, por los hilos que ha movido la lideresa y sus aliados mediáticos en su asalto al poder–. Gran parte de la derecha afila los cuchillos ante la decisión que ha tomado Rajoy de seguir al frente del partido a pesar de su segunda derrota. En dos meses se celebrará un congreso donde el PP elegirá a un nuevo líder. Los rumores son constantes pero, de momento, sólo hay un candidato; aunque Aguirre hace tiempo que no oculta su ambición. No está claro si lo intentará ahora, en el congreso, o si esperará un año y tres derrotas más, hasta que el PP pierda en las elecciones vascas, gallegas y europeas.
Aguirre ya sabe qué falló en el primer asalto, en las 48 horas que pasan desde la noche del 9-M hasta el miércoles 11, cuando Rajoy anuncia que sigue. Sabe que se pasó de frenada. Como Bono en el año 2000, se equivocó por exceso de soberbia y por falta de piedad. Muchos barones del PP, los mismos que han animado a Rajoy para que aguante, no han perdonado a la lideresa esa ambición, que no supo o no quiso ocultar ni siquiera durante la campaña electoral. Tampoco quieren al frente a alguien que no tome prisioneros, como demostró en su pelea con Gallardón.
Esperanza Aguirre aún no lo ha confirmado públicamente, pero todos dan por hecho que presentará batalla. Muchos creen que también la ganará.