“Mirar hacia delante, y no hacia atrás”, insiste un Obama reticente. Aunque hace unas horas, por primera vez, también ha dejado la puerta abierta a que la tortura institucionalizada, ese “episodio oscuro de la historia” según sus palabras, sea juzgado por un tribunal, y no sólo por la historia.
Que la luz de los taquígrafos ilumine los años negros de George W. Bush no es sólo una cuestión de justicia: es la única garantía de que tal retroceso en la defensa de los derechos humanos jamás vuelva a suceder. Para eso es necesario sentar jurisprudencia, no olvido; más todavía cuando Dick Cheney, el vicepresidente del gobierno torturador, aún pregona las virtudes del waterboarding, de las “exitosas” técnicas de la CIA, de “lo buenos que fueron los servicios de inteligencia”.
En el mejor de los casos, el juicio a las torturas será incompleto, parcial: sólo serán procesados los asesores jurídicos que ampararon las torturas con sus triquiñuelas legales, y no los torturadores, que sólo cumplían con las órdenes. Sin embargo –y es esto lo que parece acobardar a Obama– una condena a los abogados del diablo podría abrir la puerta a un proceso infernal: un juicio al gabinete de Bush, a los últimos eslabones de la cadena de mando. ¿Acaso los abogados no obedecían órdenes?
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Al hilo del artículo, ghalager en los comentarios apunta un texto que os recomiendo: La tentación de Iván Karamazov, de Ariel Dorfman
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