Lo dicen los obipos, lo repite Mayor Oreja: el aborto es peor que la pederastia. Es una consecuencia lógica, de su lógica perversa: si se equipara al bebé con un feto de unas semanas –¡incluso con un cigoto de unas horas!–, no hay delito sexual más terrible que la muerte, que el aborto, o incluso que la píldora postcoital. El error está en la premisa: al igual que un pederasta no distingue entre un adulto y un menor, los provida no ven diferencias entre un bebé y un feto. A partir de esa mentira, que es patente cuando se completa la ecuación, todo lo demás va rodado. ¿Se puede matar en defensa de la vida? El domingo, asesinaron a un conocido médico abortista estadounidense, George Tiller. Bajo la lógica provida, donde dos más dos son cinco, no deja de ser una muerte en defensa propia, un castigo merecido.
Por fortuna, la lógica provida apenas cuela en España, donde el derecho al aborto, según todas las encuestas, está mayoritariamente reconocido. Como han perdido la batalla, se refugian en la escaramuza, en la polémica sobre los 16 años y el consentimiento paterno. No se dan cuenta de que esa regulación también protege a la menor si sus padres quieren que aborte y ella no.
La medida de los 16 años no es caprichosa, aunque sea impopular: la recomiendan los expertos para evitar el escenario peor, que la menor recurra a clínicas ilegales o pruebe peligrosos remedios caseros si no tiene una buena relación con sus padres. Al igual que les pasa con el embrión y el bebé, los provida tampoco ven diferencia entre una niña y una adolescente. Bajo la lógica provida, ese oxímoron, ni siquiera hay mucha distancia entre un obispo y un embrión. Y en eso les voy a dar la razón.
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