Juan José Laborda aún tiene el récord. El ex presidente del Senado sigue siendo el senador que más tiempo se ha sentado en la cámara alta: desde 1977 hasta 2008, cuando su salud le obligó a dejar la política. Se presentó nueve veces: siempre al Senado, siempre por el PSOE, siempre por Burgos. En las nueve logró el único escaño socialista de una provincia de derechas –la mía–, donde nunca cambia nada y el marcador para el Senado siempre da 3 a 1.
El veterano político también mantiene otra marca menos honorable: que su apellido, por la L de Laborda, siempre fuese el primero por orden alfabético de su candidatura. Durante ocho elecciones consecutivas (todas, menos en 1977, cuando ganó el escaño dentro de una coalición), el PSOE de Burgos, que presidía el propio Laborda, siempre encontró un Pereda, un Tudanca o una Ruiz para hacer de guarnición.
El ejemplo de Laborda no es el único, pasa igual en otras provincias o en otros partidos. Aunque para el Senado hay listas abiertas -cada votante puede escoger tres nombres–, la realidad es que los pocos electores que mezclan partidos en su triple voto lo hacen eligiendo sin más al primer nombre de cada lista. En la práctica, se siguen votando partidos, no personas: ganan las siglas o, en su defecto, el alfabeto.
El Senado prepara una reforma, con el apoyo de todos los grupos, para modificar la papeleta electoral. El cambio implica que sean los partidos, y no el alfabeto, quienes decidan el orden de cada candidatura. Es la constatación de un fracaso: en 32 años de democracia, los votantes hemos sido incapaces de aprender a usar algo tan simple como un bolígrafo, tres cruces en tres casillas y una lista abierta.
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