Poco antes de morir, Dalila Mimouni tuvo tiempo de elegir un nombre para su hijo. El bebé se llamaría Rayan, que significa ‘la puerta del paraíso’. El nombre no le trajo suerte, no esquivó la maldición familiar. El padre de Dalila, Driss Mimouni, fue el primero en soñar con un futuro digno, más allá de Marruecos. Murió en el tajo, en un accidente laboral en Tarragona, hace cinco años. Su muerte no salió en los periódicos. Nadie se acordaría de él de no ser por su hija, Dalila, que logró el triste honor de ser la primera víctima de la gripe A en España, después de que las urgencias de la Comunidad de Madrid despreciasen sus síntomas por tres veces. El tercer Mimouni, Rayan, el bebé de Dalila, completa el drama. Murió a los doce días de vida porque una enfermera de la sobrecargada y precarizada plantilla del Hospital Gregorio Marañón de Madrid le inyectó en vena leche para prematuros.
Tanto la dirección del hospital como la Consejería de Sanidad de Madrid hablan de un “error humano”. El diagnóstico es a la vez incompleto y redundante: los errores son siempre humanos y aquí falta el plural. Hay más de un humano responsable: aquellos que han recortado la sanidad madrileña hasta permitir que, en una Unidad de Cuidados Intensivos, la mitad del personal sea eventual y una enfermera, como la que erró, se pueda quedar sin supervisión en su primer día en la UCI.
Driss, Dalila, Rayan. Padre, hija, nieto. El paraíso español, esa quimera, ya se ha cobrado la vida de tres Mimouni sin que ninguno llegase a traspasar esa puerta entre el primer y el tercer mundo; esa muralla que siempre separa el cielo del infierno aunque se hayan cruzado las fronteras.
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