La verdad sobre el caso Tertsch

Se veía venir: el equivalente zapateril del asesinato de Calvo Sotelo ha quedado reducido al absurdo de una triste pelea de bar, tan irrelevante para la salud de la democracia como el falso secuestro de Martín Prieto (o de Bartolín). Hermann Tertsch no se acordaba de nada. Poco a poco, ha recuperado la memoria, que no la cabeza. “Pueden haber sido moros o antifascistas o gente normal del cine o la SGAE”, dice Tertsch en La Razón. Se queda corto en su hipótesis. Por poder, también puede haber sido Chuck Norris o un comando ninja. Pero la Policía trabaja con otras hipótesis, bastante más simples.

moreSegún la investigación, tal y como han desvelado La Sexta Noticias y el diario El País, los testigos presentes en la zona cero del cruel atentado contra la libertad de expresión –el divertido piano bar Toni 2– dicen que Tertsch discutió con un empresario de la noche que tomaba unas copas acompañado por dos mujeres. Durante la trifulca, según la Policía, recibió un empujón que provocó una mala caída sobre un taburete. Los testigos explican que fue ese taburete, y el mal equilibrio de Tertsch a las seis de la mañana, lo que causó las lesiones que ahora sufre. La agresión es, por supuesto, condenable; aunque no parece que tenga nada que ver ni con sus crispadas críticas a Zapatero ni con sus dóciles halagos a Esperanza Aguirre.

Todo habría quedado aquí, como una anécdota personal que a nadie debería interesar, de no ser por los ímprobos esfuerzos de la derecha, que ha querido aprovechar el patético episodio para crispar un poco más y poner en la picota al Gran Wyoming. “Quieren echarme mierda encima”, se queja Hermann. Tiene razón, pero que se lo diga mejor a sus amigos, a los que han querido convertir este penoso suceso en una cuestión de Estado.