Si miras a las estrellas, contemplarás el cementerio más fastuoso jamás imaginado. Lo que vemos en el cielo de la noche ya no existe. El tiempo que tarda la luz de los astros en llegar hasta la Tierra convierten el firmamento en un espejismo del ayer. Algunas de esas estrellas que resplandecen orgullosas ya están muertas. Otras que no vemos acaban de nacer.
Los telescopios son máquinas del tiempo, pues permiten observar lo que pasó hace millones de años. Pero sólo vemos el pasado, nunca el presente. Y si tuviésemos una lente lo bastante preclara, podríamos contemplar el momento en el que la luz se hizo, un instante más tarde de la gran explosión con la que nacieron el Universo, la energía, el espacio y el tiempo.
Si miras a las estrellas, verás también tu pasado. Todo átomo complejo de la naturaleza –todo lo que no sea simple hidrógeno– nació en la fragua que es el núcleo ardiente de una estrella. Nuestra materia, la Tierra, la vida, está hecha de polvo estelar.
Dios no juega a los dados pero gasta estas bromas. Dios no existe pero sí la belleza.
Dios es un poeta.
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