La zanja de todas las zanjas

Alberto Ruiz Gallardón, antes de montar en el avión de vuelta, hizo La Llamada. “Ejecuten la ordenanza 66”, pidió el alcalde. Y como sus deseos son órdenes, el técnico municipal que estaba de guardia en la villa y corte cumplió con ellos. “Total, por una zanja más”, pensaba el ingenuo funcionario, ignorante de que esa última zanja era la zanja que colma el vaso.

Poco importa ahora dónde fue la obra definitiva y quién disparo primero. Tras la tregua trampa concedida entre las últimas elecciones municipales y la real boda, la guerra contra los madrileños –esos ingratos– se había recrudecido tanto que algún día tenía que pasar. Y hoy ha pasado. La zanja de todas las zanjas, la última zanja, la zanja que se pasa de la raya, la zanja definitiva, ha colapsado Madrid para siempre.

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Tal vez exagere un poco. Pero si no ha sido así, aún me lo explico menos. Hoy he tardado en volver del trabajo más de una hora en un trayecto que no suele llevar ni 20 minutos. Y eso que no salgo precisamente en hora punta. Eran las diez de la noche de un miércoles y media ciudad estaba completamente atascada. Será la venganza del espíritu olímpico o puede que alguna excavadora haya desenterrado un cementerio indio y éste es nuestro castigo.