Al presidente Zapatero le va a costar apenas quince días modificar la Constitución, pero ha tardado una semana en intentar aclarar a qué viene tanta urgencia. Lo hizo ayer al fin, en su primera rueda de prensa desde que nos dio el agosto, y fue para decir tres cosas. La primera, que la reforma se hace a toda prisa “porque lo necesitamos”, lo cual no es una explicación: es una tautología. La segunda, que va a ser buena “para la confianza, la estabilidad y el futuro de la credibilidad de España”, lo que tampoco es una explicación: como mucho es un pronóstico. Y la tercera, que la reforma cuenta con “un amplio respaldo por tener el consenso de los dos grandes partidos”, lo cual sigue sin ser una explicación, y además es falso.
Si de verdad existiese ese amplio respaldo, PSOE y PP no deberían tener problema alguno en someter la reforma a un referéndum. Así se hizo con la Constitución Europea, en febrero de 2005, a pesar de que tampoco era legalmente obligatorio. “Queremos que la gente opine porque queremos contar con la ciudadanía”, explicaba entonces Zapatero para justificar la convocatoria de aquel referéndum. “Los españoles tienen ganas y derecho a ser de verdad los titulares últimos de la Constitución porque es en el pueblo donde reside la fortaleza de la unión política y de la democracia”.
Entre aquel Zapatero y el de hoy no sólo hay seis años y medio de distancia, también la crisis económica más dura en décadas. “Hoy su obsesión es llegar a la otra orilla”, me cuenta un importante dirigente socialista. “Evitar a toda costa que su presidencia termine con un rescate de España”. Es posible que la situación sea así de dramática o peor. Pero la democracia también es para el invierno.
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