may 22
Tras la melodía ideal
por Ignacio Escolar
SpanishPop / La Insignia.
¿Qué diferencia hay entre el “No cambié” de Tamara o el “Macarena” de Los del Río y el resto de las canciones? ¿Cómo es posible que sigamos silbando melodías de The Beatles treinta años después de ser compuestas? Sólo hay siete notas y las canciones pop no suelen ser mucho más complejas que meras combinaciones de acordes: variaciones de siete elementos tomados de tres en tres. A simple vista no parece un problema matemático muy complicado pero, ¿por qué algunas canciones son pegadizas y otras no?
Harry Olsen y Hebert Belar, dos ingenieros electrónicos estadounidenses, intentaron resolver este misterio en los años 50. Diseñaron un sintetizador -el primer instrumento electrónico de la historia en usar este término- controlado por tarjetas perforadas para desentrañar el enigma de la melodía ideal, un aparato que parecía sacado de las películas de ciencia ficción de serie B de la época: el RCA Music Synthetiser. En 1949 se había publicado el ensayo “A Mathematical Theory Of Music”. Según defendía este libro, si se combinaban de forma aleatoria distintas melodías de éxito el resultado sería un nueva canción superventas. Olsen y Belar diseñaron el sintetizador RCA en los laboratorios de la compañía en la Universidad de Princeton para demostrar esta teoría. No lo lograron, pero mereció la pena.
El primer prototipo, el MK I, contaba con 12 válvulas de vacío para generar el sonido a partir de ondas simples. En él aparecen por primera vez los filtros y envolventes que luego adoptarían el resto de los sintetizadores. Tenía una pareja de altavoces y un sistema de discos de cera que le permitía grabar distintas pistas con diferentes sonidos, como si tocase una orquesta de varios instrumentos. La siguiente versión, el MK II duplicó el número de válvulas hasta 24 y, en 1959, se sustituyeron los arcaicos discos de cera por cintas magnéticas. La programación de cada sonido, así como las notas de la partitura, se introducían mediante un sistema de tarjetas perforadas. El sintetizador RCA ocupaba toda una habitación y medía cinco metros de ancho por dos de alto.
Este instrumento fue utilizado por la vanguardia de la música electrónica de aquella época. Compositores como Otto Luening, Vladimir Ussachevsky o Milton Babbit pudieron experimentar con él composiciones extremadamente complejas para ser interpretadas manualmente. Sin embargo, el sintetizador RCA fracasó en su objetivo principal: no pudo crear ni una sola melodía de éxito. La potencia informática de la época no era bastante para el reto que, además, estaba planteado de forma errónea en su enunciado matemático.
La influencia de este sintetizador fue más allá de la música. El genial escritor de ciencia ficción Arthur C. Clarke se inspiró en él para uno de sus relatos cortos más logrados, “La melodía ideal”, publicado en 1957 dentro de sus “Cuentos de la taberna del ciervo blanco”. En este relato, C. Clarke plantea que la respuesta al enigma de las melodías pegadizas está en que estas canciones se asemejan a las frecuencias de las ondas cerebrales. En “La melodía ideal”, un científico conecta un sintetizador a unos electrodos colocados sobre su cabeza. La máquina logra el objetivo pero el final no es feliz. La melodía ideal se asemeja tanto a los ritmos cerebrales que el protagonista del cuento se vuelve loco, ya que no puede sacarse de la cabeza esa pegajosa canción. Casi lo mismo que nos pasa a muchos con Tamara.
mayo 27th, 2003 a las 13:59
Parece ser que una de las causas de que una canción nos guste es que seamos capaces de predecir o adivinar lo que va a sonar a continuación. Por eso la música comercial resulta cansina, etc, pero no desagradable al oido como puede resultar el jazz o el flamenco a quien no está acostumbrado. Se trata de que tu cerebro pueda adivinar la siguiente nota.
Por otro lado, ya me custionaba yo en mi blog por qué la probabilidad de que se te pegue una canción es inversamente proporcional al número de palabras que sabes de ella…