abr 18

La Estrella

Tag: Iglesia Ignacio Escolar @ 01:57

Arthur C. Clarke

Hay tres mil años luz hasta el Vaticano. En otro tiempo creía que el espacio no podía alterar la fe; y lo creía al igual que consideraba fuera de duda el que los cielos cantaran la gloria de la obra de Dios. A la sazón he visto esa obra y mi fe se encuentra considerablemente minada.

Contemplo el crucifijo que pende en la pared de la cabina sobre el ordenador Mark VI y por primera vez en mi vida me pregunto si no será un símbolo vacuo.

No he hablado con nadie todavía, pero la verdad no puede ocultarse. Los datos existen para que alguien los observe, registrados como están en millas incontables de cinta magnética y miles de fotografías que llevamos de regreso a la Tierra. Otros científicos las interpretarán tan fácilmente como yo; más fácilmente, sin duda. No soy quien para simular la manipulación de la verdad que tan pésimo prestigio proporcionó a mi orden en los días pasados.

La tripulación está ya bastante deprimida; me pregunto cómo se tomarán esta última ironía. Pocos de cuantos la componen tienen una fe religiosa, y, no obstante, no se aprovecharán de este arma definitiva usándola contra mí; guerra privada, honrada pero fundamentalmente seria, que ha tenido lugar durante todo el trayecto desde que salimos de la Tierra. Era divertido tener a un jesuita de Primer Astrofísico. El doctor Chandler, por ejemplo, nunca pudo asimilarlo del todo (¿por qué serán ateos tan notorios los hombres entregados a la medicina?). A veces me encontraba ante el tablero de observación, donde las luces permanecen siempre amortiguadas y el resplandor de las estrellas con gloria inalterada. Se me acercaba entonces y se quedaba contemplando el exterior por la gran escotilla oval, mientras los cielos giraban con lentitud en torno de nosotros a medida que la nave se balanceaba de punta a punta con la escora que no nos habíamos molestado en corregir.

-Bueno, padre -acababa diciendo al final-. Esto prosigue una eternidad tras otra; acaso lo hizo Alguien. Sin embargo, ¿cómo puede creer usted que ese Alguien ha de tener un interés especial en nosotros y en nuestro miserable mundillo? Esto es lo que no puedo entender. -Comenzaba entonces la disputa, mientras las estrellas y las nebulosas giraban en derredor de nosotros en silenciosos e infinitos arcos que se abrían del otro lado del plástico de la escotilla de observación.

En mi sentir, era la aparente incongruencia de mi posición lo que, de veras, divertía a la tripulación. En vano argumentaba yo con mis tres artículos en el Diario Astrofísico y mis cinco de Noticias Mensuales de la Real Sociedad Astronómica. Les recordaba que nuestra orden había conseguido no poca fama por sus trabajos científicos. Podíamos quedar pocos ya, pero desde el siglo XVIII habíamos hecho aportes a la astronomía y la geofísica que no podían ni siquiera evaluarse.

¿Dará al traste con mil años de historia mi informe sobre la Nebulosa del Fénix?
Me temo, empero, que dará al traste con muchas más cosas.

No sé quién bautizó a la nebulosa con ese nombre que tan malo me parece. Si contiene una profecía, ésta no podrá verificarse hasta dentro de mil años. Hasta la palabra «nebulosa» es equívoca, ya que el Fénix es mucho más pequeño que esas magníficas acumulaciones de gas (la materia de las estrellas nonatas) que se esparcen por toda la longitud de la Vía Láctea. En escala cósmica, por supuesto, la Nebulosa del Fénix es una cabeza de alfiler, una tenue cáscara de gas que rodea a una estrella única.

O lo que queda de esa estrella…

Mientras se alza por encima de las líneas del espectrofotómetro, la rubensiana pesadez de Loyola parece burlarse de mí. ¿Qué habrías hecho tú, Padre, con este conocimiento que me ha sobrevenido, tan alejado del pequeño mundo que era todo el universo que tú conociste? ¿Habría triunfado tu fe en la prueba, como la mía ha fallado ante ella?

Miras en la distancia, Padre, pero por mi parte he ido más allá de lo que pudieras haber imaginado cuando fundaste nuestra orden hace dos mil años. Ninguna otra nave investigadora ha ido tan lejos de la Tierra; nos encontramos en las mismísimas fronteras del universo explorado. Nos propusimos alcanzar la Nebulosa del Fénix, lo conseguimos, y regresamos con el conocimiento sobre nuestros hombros. Desearía liberar mis hombros de esa carga, pero en vano te invoco a través de los siglos y los años luz que se alzan entre nosotros.

Las palabras son transparentes en tu libro de reglas. AD MAIOREM DEI GLORIAM, dice el mensaje, pero se trata de un mensaje en que ya no puedo creer. ¿Habrías seguido creyendo tú de haber visto lo que hemos encontrado?

Por supuesto, sabíamos lo que era la Nebulosa del Fénix. Todos los años, sólo en nuestra galaxia explotaban más de cien estrellas, aumentando durante horas o días su fulgor en miles de veces antes de sumergirse en la muerte y la negrura. Son las novas ordinarias, las consabidas catástrofes del universo. He registrado los espectrogramas y curvas de luz de docenas de ellas desde que comencé a trabajar en el observatorio lunar.

Pero tres o cuatro veces cada mil años tiene lugar algo distinto junto a lo que hasta una nova palidece con total insignificancia.

Cuando una estrella se convierte en supernova puede, durante un breve instante, apagar el brillo de todos los soles de la galaxia. Los astrónomos chinos detectaron una en 1054 sin saber que fenómeno fue. Cinco siglos más tarde, en 1572, estalló una supernova en Casiopea con tanto brillo que fue visible a la luz del día. En los mil años transcurridos desde esa fecha han tenido lugar tres explosiones más.

Nuestra misión era visitar los restos de una catástrofe tal para reconstruir los sucesos que la habían precedido y, de ser posible, saber la causa. Nos adentramos con cautela en las capas concéntricas de gas que habían estallado tres mil años antes y que se encontraban todavía en expansión. El calor era inmenso y radiaba aún con feroz luz violeta, demasiado tenue empero para hacernos daño. Cuando la estrella explotó, sus estratos exteriores irrumpieron hacia arriba con velocidad tal que habían salido por completo de su campo de gravitación. Hoy forman un caparazón hueco tan grande que puede abarcar mil sistemas solares, rodeando lo que brilla y arde en su centro y que no es sino el objeto fantástico que es ahora la estrella: una masa blanca, más pequeña que la Tierra, pero con un peso un millón de veces mayor.

Las capas de gas brillante nos rodeaban y desvanecían la noche normal de los espacios interestelares. Volamos en el interior de una bomba cósmica que había detonado milenios atrás y cuyos fragmentos incandescentes eran todavía metralla.

La inmensa escala de la explosión y el hecho que su onda expansiva hubiera alcanzado ya un volumen de espacio de muchos billones de millas, despojaba a la escena de todo movimiento perceptible. Un ojo desnudo tardaría décadas antes de captar un movimiento en las torturadas espirales de gas; sin embargo, la sensación del estallido lo dominaba todo.

Habíamos comprobado nuestra dirección primaria horas antes y nos encaminábamos despacio hacia la pequeña estrella que teníamos al frente. Había sido un sol como el nuestro en otro tiempo, pero había despilfarrado en pocas horas la energía que habría mantenido su brillo durante un millón de años. A la sazón se encontraba como un tacaño desplumado que escatimara sus recursos en un intento de reparar su pródiga juventud.

Seriamente, nadie esperaba encontrar planetas. Si alguno hubo antes de la explosión se habría convertido en ráfagas de vapor y su sustancia se habría confundido con la estructura de la estrella misma. Pese a todo investigamos rutinariamente, como siempre que nos aproximábamos a un sol desconocido, y dimos con un mundo diminuto que daba vueltas en torno de la estrella a una distancia inmensa. Tenía que haberse tratado del Plutón de aquel desvanecido sistema solar, dando vueltas en las fronteras de la noche. Demasiado lejos del sol central para haber conocido la vida, su distancia misma lo había salvado del destino que sin duda habían seguido todos sus compañeros.

Los fuegos de la explosión habían afectado su capa rocosa y quemado la costra de gas helado que en sus días lo habría cubierto. Aterrizamos y encontramos la bóveda.

Sus constructores hicieron seguramente lo mismo que habríamos hecho nosotros. La señal monolítica que se erguía sobre la entrada era a la sazón una masa fundida, pero desde que tomamos las primeras fotografías desde lejos supimos que aquello había sido obra de la inteligencia. Poco después detectamos la capa de radiactividad que había quedado enterrada en la roca. Aún cuando el pilón que descollaba sobre la Bóveda hubiera sido destruido, esta capa habría permanecido, inmóvil, pero como faro eterno que llamaba a las estrellas. Nuestra nave descendió hacia aquel gigantesco ojo de buey como una flecha corre hacia la diana.

El pilón debió alcanzar una milla de altura cuando fue construido, pero a la sazón parecía un cabo de vela que hubiera sido derretido y convertido en amasijo de cera. Nos costó una semana pasar por la capa rocosa fundida, ya que no teníamos las herramientas apropiadas para el caso. Nuestro programa original fue dejado de lado; aquel monumento solitario, que hablaba de un trabajo realizado a una distancia tan grande del sol destruido, sólo podía tener un sentido. Una civilización que supo cercana su muerte había alzado su último adiós a la inmortalidad.

Habríamos tardado generaciones enteras en examinar todos los tesoros que encontramos en la Bóveda. Ellos tuvieron mucho tiempo para prepararla, ya que el sol debió dar sus primeros avisos muchos años antes de la explosión final. Todo lo que quisieron preservar, todos los frutos de su genio, lo llevaron hasta aquel mundo distante en los días que precedieron al fin, esperando que cualquier otra raza los encontrara y no hiciera caso omiso de ellos.

¡Si hubieran tenido un poco más de tiempo! Podían viajar con soltura de un planeta a otro, pero todavía no habían aprendido a salvar los golfos interestelares; y el sistema solar más cercano se encontraba a cien años luz de distancia.

Aun cuando no hubieran sido tan intranquilizadoramente humanos como mostraban sus esculturas, no hubiéramos podido menos que admirarlos y lamentar su destino. Dejaron miles de registros visuales y máquinas para proyectarlos, junto con elaboradas instrucciones gráficas de las que no resultaba difícil deducir su lenguaje escrito. Examinamos muchos de aquellos registros y revivimos con ellos por vez primera, en seis mil años, la calidez y hermosura de una civilización que tuvo que ser superior a la nuestra de muchas maneras. Acaso habían dejado memoria sólo de lo mejor. Pero sus mundos eran encantadores y sus ciudades habían sido construidas con una gracia que se relacionaba con la de cualquiera de las nuestras. Las contemplamos en pleno funcionamiento y escuchamos su habla musical a través de las centurias. Recuerdo todavía una viva escena: un grupo de niños en un banco de extraña arena azul jugaban con las olas como los niños juegan en la Tierra.

Y hundiéndose en el horizonte, todavía cálido, amable y vitalizador, se encontraba aquel sol que pronto habría de trocarse en traidor y de olvidarse de toda aquella felicidad inocente.

Posiblemente, de no haber estado tan lejos de la Tierra y de no habernos encontrado por ende tan propensos a la soledad, no nos habríamos conmovido tanto. Muchos habíamos visto ruinas de antiguas civilizaciones en otros mundos, pero nunca nos habían afectado tan profundamente.

La tragedia era única. Para una raza, sucumbir y decaer era una cosa, como las naciones y las culturas habían hecho en la Tierra. Pero ser destruida tan completamente en pleno florecimiento, sin dejar supervivientes… ¿cómo podía conciliarse ello con la misericordia de Dios?

Mis colegas me preguntaron esto y les di las respuestas que supe. Acaso tú lo habrías hecho mejor, Padre Loyola, pero nada he encontrado en los Ejercicios Espirituales que pueda servirme. No habían sido malvados; no sé a qué dioses adoraban, si acaso adoraban a alguno. Pero los he visto después de muchos siglos y he contemplado durante largos instantes el empeño que pusieron en su último esfuerzo por preservarse mientras ese empeño era iluminado por el sol que estaba amenazado.

Sé las respuestas que me darán mis colegas cuando regrese a la Tierra. Dirán que el universo no tiene propósito ni plan, puesto que cada año explotan cien soles, en este mismo instante hay una raza en algún lugar del espacio que se encuentra en trance de extinción. Tanto si ha obrado bien como si ha obrado mal en el curso de su existencia, ello no cuenta a la hora definitiva; no hay justicia divina porque no hay Dios.

No obstante, por supuesto, cuanto hemos visto no prueba nada. Quien argumentase así estaría sometido a las leyes de la emoción, no de la lógica. Dios no necesita justificar sus actos ante los hombres. Aquel que hizo el universo puede destruirlo cuando quiera. Es una arrogancia peligrosamente próxima a la
blasfemia el decir lo que puede y no puede hacer.

A pesar de los mundos y las civilizaciones incluidas en esta consideración, podría haber aceptado este razonamiento. Pero hay un punto en el que la fe más profunda se resquebraja y, a la sazón, una vez hechos mis cálculos, he alcanzado ese punto.

Antes de llegar a la nebulosa nos era imposible decir cuándo se había producido la explosión. No obstante, a la sazón, gracias a la evidencia astronómica y a los registros encontrados en el planeta superviviente, he podido fechar la catástrofe con precisión. Sé en qué año llegó a la Tierra la luz despedida por aquel estruendo colosal. Sé con qué brillantez lució en los cielos terrestres la supernova cuyo cadáver relampagueaba mortecinamente tras nuestra nave. Sé también lo que ocasionó un resplandor a poca altura, antes del alba, brillando como un faro en el oriente.

Razonablemente no puede haber dudas; el viejo misterio está resuelto por fin. Sin embargo… Señor, había tantas estrellas que pudiste haber usado…
¿Qué necesidad había de llevar a aquellas gentes a la destrucción y que el signo de su aniquilación resplandeciese sobre Belén?

38 comentarios en “La Estrella”

  1. # Carlos S dice:

    Siempre me ha conmovido este relato.
    Hace años lo mande como postal navideña a mis amistades. Una postal “curiosa” :-)
    Arthur C. Clarke es un genio en relatos cortos
    ¿Conoceis los nueve mil millones de nombres de Dios?


    Carlos S

  2. #0 Jordi dice:

    Muy bueno este, no lo conocía. Carlos, ¿el relato que dices es uno en el que el mundo se acabará cuando se hayan descifrado los nombres?.

  3. #0 Golam dice:

    Que buena forma de comenzar la mañana del lunes, gracias Nacho.

  4. #0 Golam dice:

    Aquí teneis el relato que comentaba Carlos
    http://paginaweb.de/lcortazar/clarke.html

  5. #0 Juan Antonio dice:

    Magnifico. Realmente conmovedor.

  6. #0 Jordi dice:

    Gracias, Golam. Me ha gustado lo mismo que hace 30 años.

  7. #0 Tremere dice:

    Gracias de verdad, Nacho, por dejar un hueco a la literatura en un día como hoy, en el que la prensa parece monotemática.

  8. #0 morri dice:

    Es muy bueno el relato la verdad.

  9. #0 Mpmx dice:

    A mi me gusta el relato de Arthur C. Clark llamado “El Pacifista”

  10. #0 Golam dice:
  11. #0 vito gonzaga dice:

    Demasiado largo. No he pasado del tercer párrafo.

  12. #0 vito gonzaga dice:

    Demasiado largo. No he pasado del tercer párrafo.

  13. #0 Nunila dice:

    Ya sé que esto no le interesa a nadie, excepto a mí,pero fue precisamente un relato de Arthur C. el que me llevó a visitar Sri Lanka por primera vez en el año 81.
    Y no me defraudó en absoluto lo que ví allí.
    Por otra parte, y teniendo en cuenta que la SF nunca me ha interesado expecialmente como material de lectura, los relatos de este escritor no se quedan en la mera apareincia y dan mucho más de lo que uno espera encontar en relatos de este tipo.
    Gracias.

  14. #0 Golam dice:

    Nunila, existen otros grandes escritores de ciencia ficción que tampoco se quedan en mera apariencia, si bien todo lo contrario, como Bradbury, Ballard, Asimov, Huxley, que recuerde ahora.

  15. #0 Teleflin dice:

    Ursula K. Leguin, Connie Willis, Alfred Bester, Michael Bishop, Philip K. Dick, John Brunner, Orson Scott Card, Samuel R. Delany, Thomas M. Disch, William Gibson, Philip José Farmer, Frank Herbert, Daniel Keyes, Stanislaw Lem, Robert Silverberg, Clifford Simak, Arkadi & Boris Strugatski, John Varley, Kurt Vonnegut, Ian Watson, Gene Wolfe, Roger Zelazny, Italo Calvino…

    Y entre los españoles: Elia Barceló, León Arsenal, Rafael Marín, Rodolfo Martínez, Gabriel Bermúdez Castillo, Juan Miguel Aguilera, César Mallorquí…

    y se me olvidan muchos.

    Se nota que la CF nunca te ha interesado, porque lo que sobran son escritores que no se quedan en la mera apariencia como dices. A ver si no criticamos lo que no conocemos, porfa :)

    Saludos.

  16. #0 la petite chevrette dice:

    Con todos los respetos Frank Herbert y la Leguin son unos plastas sobrevalorados de mucho cuidado. En cambio Lem va más allá de la mera ciencia-ficción y debe ser considerado uno de los escritores clave del siglo XX.

  17. #0 Javier dice:

    Asimov, Campbell, Heinlein, C. Clark, Lem… No hay nada como la vieja escuela. Suscribo lo que dice la petite chevrette, y anyado:

    … y el cyberpunk de Gibson es ponerle cromo y gafas de sol a plagios de novela negra.

  18. #0 Nunila dice:

    Golam, 02,45
    Conozco y he leido -algo -de esos escritores que mencionas. Sin embago, no los catalogaría como “SF”.
    Sin duda debido a mi ignorancia, para mí, la SF es más del tipo de “Dune” y similares.
    Agradezco asímismo la información facilitada por Teleflin a las 02,45.
    Un saludo.

  19. #0 el pequeño dice:
  20. #0 lamastelle dice:

    Clarke es D***, que diria un fan del futbol.:-) Uno e sescritor aficionadillo y crea sus propios cuentos. Y con decir que el comentario que me hizo una lectora una vez de ” parece un cuento de Arthur C Clarke” lo considero de entre los mejores que he recibido, esta todo dicho. Por cierto, ¿has pagado tu canon? Directamente al autor, no a los intermediarios, quiero decir.

    Y hablando de jugar con los lectores y con las ideas preconcebidas,¿habeis leido “La ultima orden”?

  21. #0 enhiro dice:

    Yo, de los escritores modernos de CF destacaría a Dan Simmons.
    Personalmente, Clarke siempre me ha parecido de lo peor que hay entre los autores de CF en lo que se refiere a novela larga. En relatos cortos sube el nivel, pero tampoco demasiado. Además, siempre ha sido un copión.
    Nunila, ya me dirás porque no consideras a los autores que te ha comentado Golam CF, porque son de CF de eso no te quepa la menor duda. A ver si va a ser que cuando es bueno no lo consideras CF.

  22. #0 enhiro dice:

    Ah, El Pequeño, es curioso, la noticia anual de impacto con asteroide que luego se queda en un “puede ser”, “dentro de mucho tiempo”, “probabilidad remota”, suele salir en verano, esta parece que se ha adelantado.

  23. #0 ca´d dice:

    Ooooh

  24. #0 Anónimo dice:

    Es normal que de toda la lista que puse haya algunos que os parezcan coñazos, de hecho no soporto a Herbert, pero me parece que no se le puede despachar con un simple “mera apariencia”. Para saber que Herbert y Gibson (coincido también en lo que dice Javier de Gibson) son un peñazo hay que leerlos primero. Vamos, digo yo. 😉

    Cierto, Enhiro, me olvidé de Simmons (Hiperion es de lo mejor) y tienes razón, Clarke no es precisamente un autor que tenga muchos cuentos como el que habeis sacado, la mayoría de sus historias son tratados de ingeniería disfrazados de novela.

    ¡Jo! Nadie ha dicho nada de los españoles :(
    Saludos.

    Saludos.

  25. #0 Anónimo dice:

    Su búsqueda – http://paginaweb.de/lcortazar/clarke.html – no produjo ningún documento.

    :(

  26. #0 enhiro dice:

    No te preocupes, de los españoles, Rudy (Rodolfo Martínez) últimamente se está superando a sí mismo.
    Pero para mí, de momento, lo mejor del género nacional sigue siendo las novelas de Akasa Puspa, “Mundos en el Abismo” e “Hijos de la Eternidad”, recientemente refundidas y publicadas como “Mundos en la Eternidad”, de Juanmi Aguilera y Javier Redal. Lástima que la colaboración entre ambos autores no haya continuado.

  27. #0 Paulus dice:

    A Lem en sus Diarios de las Estrellas acabo de leerle una “profecía” de Matrix, con errores incluidas. Este tio cada vez me sorprede más y más.

    Adoro a Heinlein (y su fuerza arrolladora, cuando escribe bien, y su locura desatada, como en Tiempo para Amar), pero cada vez que leo a Lem descubro la simpleza argumental de la mayor parte de la ciencia-ficción actual. No es de extrañar de muchos de los aficionados prefiramos a los clásicos antes que autores más modernos (aunque en los últimos años, y parece que olvidado el muermazo de la S/F New Age, parece recuperarse algo

  28. #0 teleflin dice:

    No, si yo si que conozco a los principales españoles, lo que quería decir es que parece que no hay mucha gente que sepa que en España se hace buena CF. Aguilera y Redal se han separado, pero Aguilera tiene dos novelas muy buenas en solitario: “La locura de Dios” y “Rihla”. Te recomiendo también a Victor Conde, que lleva dos años siendo finalista del premio Minotauro pero sin Mojar. :)

    Saludos.

  29. #0 teleflin dice:

    Paulus: En los últimos años se han escrito joyas como “El libro del día del juicio final” de Connie Willis, “Los tejedores de cabellos” de Andreas Eschbach o “Hyperion” de Dan Simmons que te encantarán si te gusta la CF clásica; y te cuento solo las que he leído.

    Saludos :)

  30. #0 Paulus dice:

    Los he leido los tres, y me gustaron. Pero con matices. El de Connie Willis está bien, pero no deja de ser un relato de S/F por los pelos, al estilo Star Trek: un viaje al pasado, aprovechar decorados anteriores y hacer pasar una historia del presente (o del pasado) por una del futuro. La novela, como curiosidad, la leí con un gripazo de aupa, así que la disfruté con un sentimiento entre de acojone e identificación con los personajes. En todo caso, me parece algo sobrevalorada.

    Tejedores de cabellos me parece muy buena, y es uno de los títulos en los que pensaba al decir que se había recuperado la S/F. Aún así, le falta un hervor (y el universo creado por el autor da muchísimo más de lo que aparece en la novela), se nota que es una de sus primeras novelas (si no la primera). No es casualidad que el autor sea eurpeo, como Lem.

    E Hyperion no me gustó mucho cuando la leí. Pero me han hablado tan bien de ella que me gustaría darle otra oportunidad.

    Una novela relativamente reciente y muy buena es Playas de Acero, de John Varley.

  31. #0 teleflin dice:

    Lo de la identificación con los personajes en “el libro del día…” no era por tu gripe :), es la mejor baza que tiene y por lo que lo considero tan bueno, por la empatía que logra del lector hacia los personajes. Muy buena la Willis en cualquier caso en casi todas sus novelas.

  32. #0 chaos dice:

    sencillamente genial.

    aun recuerdo una pregunta de un examen de física de la carrera sobre gravitación que era un relato de Clarke. unos astronautas iban a morir abrasados por el sol de un asteroide si su nave no los rescataba a tiempo. Clarke daba datos sobre el asteroide y su periodo de rotación. La única pregunta era si se salvaban o morian…. pero no recuerdo que relato / libro es….

    en los comentarios estáis muy puestos, alguien se anima a decirme cual puede ser??

    muchas gracias.

  33. #0 Fernando dice:

    Sobre hyperion. EMHO, la mejor novela larga que he leido, superando incluso a los clasicos.

    La primera y segunda parte estanmuy bien,pero a mi pesar, Endymion y el triunfo de Endymoin (3 y 4) decaen bastante :(

    El corto mas bonito que he leido fue “la ultima pregunta” de Asimov

    http://www.iespana.es/eliseodelalquimista/relatos/ultimapregunta.html

    Y no habeis nombrado ninguna de Oscon Scott Card!!!!!! Ya os vale…

  34. #0 Fernando dice:

    Y ninguna mencion a David Brin y su saga de la Ascension de los Pupilos!! dios!! que mal!!

  35. #0 enhiro dice:

    Orson Scott Card?, pues no, yo al menos no lo he nombrado… cof, cof…, será porque la mayoría de lo que escribe me huele a panfleto religioso. Aunque me encantó “El Juego de Ender”.

  36. #0 moonshaker dice:

    Pues a mi William Gibson y la Le Guin me molan. El primero no es el colmo de la originalidad, lo admito, pero “Quemando Cromo” y los libros del Sprawl no tienen precio como lectura para el Metro. Lástima que ahora su papel de gurú tecnoguay le haya convertido en un escritor pésimo.

    Madame Ursula, por su parte, tiene en su haber los primeros libros de Terramar y, sobre todo, esa joya llamada “La Mano Izquierda de la Oscuridad”, de cita obligada en estos tiempos de sexualidad confusa (el mensaje del libro es, más o menos, que el mundo siempre será una mierda independientemente de cómo follen quienes vivan en el). Ahora es una Susan Sontag menos antipática y con marcianitos.

    ¿En resumen? Dos autores estupendos convertidos en filfa: el uno por la cosa mediática y la otra por el dogmatismo políticamente correcto. Qué pena…

  37. #0 moonshaker dice:

    Por cierto, Nacho: el relato es precioso (y lo dice alguien que nunca pudo tragar a Clarke). Gracias por subirlo.

  38. #0 Fernando dice:

    dice enhiro:
    “Orson Scott Card?, pues no, yo al menos no lo he nombrado… cof, cof…, será porque la mayoría de lo que escribe me huele a panfleto religioso. Aunque me encantó “El Juego de Ender”.”

    mmm ya mas o menos tienes razon. en algunas de sus obras, como las de la saga del retorno que no es mas que una reescritura del libro de los mormones.

    Pero las historias de Alvin… son precisamente muy poco religiosas…

    y tenemos a otro mormon, Dan Simmons (o me equivoco?) con su gran obra Hyperion. aunque ahora que me doy cuenta sus partes finales son completamente anti-ICAR.