jun 07

Urbanización los satélites: …

Tag: SMS de Ignacio Escolar @ 18:32

Urbanización los satélites: paisajes marcianos tras el apocalipsis inmobiliario http://bit.ly/ckYN7n

12 comentarios en “Urbanización los satélites: …”

  1. # AcadémicoPérezReverte dice:

    Nacho, quítale el acento a apocalipsis. ¡Que yo he cagao sangre en Eritrea, copón!

  2. #0 Mataborricos dice:

    Esta tarde los cuatro o cinco kamikazes que hacemos Mataborricos vamos a reunirnos de nuevo desde la fundación de la revista, para ver cómo continuamos con el tema de la redacción en la zona. Aunque le ponemos mucha ilusión al proyecto, no somos profesionales del periodismo

    Muchas gracias por la atención prestada, Nacho.

  3. #0 Starman dice:

    Por el lado oeste de Madrid se han perpetrado auténticos crímenes urbanísticos. El mismo desarrollo de Majadahonda o Las Rozas se ha extendido a los pueblos de la siguiente línea: Villanueva del Pardillo, Brunete, Villanueva de la Cañada…. en algunas partes el destrozo ya es irreversible. Las encimas que se arrancaron de cuajo en Los Satélites tardarán 100 años en recuperar su tamaño. Eso sin contar con que la encina no se da nada bien en el asfalto. Curiosamente ese mismo árbol, a solo 20 km de distancia, está tan protegido que no se puede talar ni para construir una vivienda en su emplazamiento. Curiosamente los ayuntamientos si pueden talar lo que los ciudadanos tenemos prohibido.

    En Valdemorillo, el hay-huntamiento del PP, quería cometer una tropelía similar al sur del pueblo, desde el núcleo urbano hasta un kilómetro más abajo. A su paso destrozarían una zona ZEPA, restos del cuartel republicano en la batalla de Brunete y dehesas centenarias. ¡Como si hubiera gente para ocupar las 5.000 viviendas planificadas! Por suerte un litigio con los ganaderos de la zona retrasó lo suficiente el proyecto como para que no llegara a pasar del papel al asfalo. Hoy aún se puede pasear por ese campo, ver águilas, algún zorro, ratones, conejos y ganado, que han sido los salvadores de estos parajes.

    Lo preocupante es que Los Satélites no es una escepción. Villanueva de la Cañada tiene una zona en condiciones muy parecidas: http://maps.google.es/?ie=UTF8&ll=40.459552,-3.999968&spn=0.020539,0.041842&t=h&z=15 Todo el terreno que va desde las dos rotondas de la M-503 y la M-600 hasta el núcle urbano delimitado por la Carretera de Brunete y la Avenida de la Dehesa se quería urbanizar también. Al menos ahí solo llegó el asfalto al perímetro.

  4. #0 Sergio dice:

    Menos mal que ya paró la voracidad del tiburón del ladrillo, porque casi nos quedamos sin verde…

    Sol estrellado

  5. #0 Starman dice:

    #4 Alaaaaaaaaa, pues no sueña usted despierto ni nada. Cuando nos queramos dar cuenta una persona podrá ir desde Galicia hasta el Cabo de Gata saltando de ladrillo en ladrillo sin pisar el suelo.

    No se me distraiga, que luego nos pillan mirando despreocupadamente y no dejan verde del que poder disfrutar.

  6. #0 Dibujo Animado dice:

    La España ballardian.

  7. #0 Hiel dice:

    Las imágenes parecen sacadas de la redacción de 20minutos, aunque aquí creo que no había encinas: había pobrecitos trabajadores explotados. Ohhhhh…
    Saludos.
    YO NO LE VOTÉ: ^^

  8. #0 Dibujo Animado dice:

    Hiel, como no pagues te voy a acabar interviniendo, moroso.

  9. #0 emigrante dice:

    Si es que os quejais por cualquier cosa. Esto se podria aprovechar para haser peliculas de ciencia ficcion. Si en el pasado viniero a rodar Dr. Zhivago o Conan el Barbaro, ahora podriamos ofrecer el escenario perfecto para Mad Max XIV mas alla de la Burbuja. O una gore donde el lugar de haber casas habitadas por espectros, los fantasmas son los edificios mismos.
    Otra idea mas surrealista y utopica seria aprovechar la infraestructura para desarrollar la nueva economia sostenible y montar un poligono de empresas de nuevas tecnologias, energias renovables y esas cosas del diablo.

  10. #0 Rebeca Ruiz dice:

    Esto empieza a parecer una broma de mal gusto:

    La Comunidad de Madrid quiere más campos de golf para no perder congresos

    Con dos cojones.

  11. #0 sazeip hasta que güerva el tema clásoci… clúsic… el tema clásico dice:

    Sobre el abismo, el vértigo, dos eras que se miran incrédulas sin saber que las dos están muertas. Y sobre paisajes marcianos:

    […]

    Era un largo camino que se internaba en la oscuridad y las colinas. Tomás, con una sola mano en el volante, sacaba con la otra, de cuando en cuando, un caramelo de la bolsa del almuerzo. Había viajado toda una hora sin encontrar en el camino ningún otro automóvil, ninguna luz. La carrera solitaria se deslizaba bajo las ruedas y sólo se oía el zumbido del motor. Marte era un mundo silencioso, pero aquella noche el silencio era mayor que nunca. Los desiertos y los mares secos giraban a su paso y las cintas de las montañas se alzaban contra las estrellas.

    Esta noche había en el aire un olor a tiempo. Tomás sonrió. ¿Qué olor tenía el tiempo? El olor del polvo, los relojes, la gente ¿Y qué sonido tenía el tiempo? Un sonido de agua en una cueva, y una voz muy triste, y unas gotas sucias que caen sobre cajas vacías, y un sonido de lluvia. Y aún más, ¿a qué se parecía el tiempo? A la nieve que cae calladamente en una habitación oscura, a una película muda en un cine muy viejo, a cien millones de rostros que descienden como esos globitos de Año Nuevo, que descienden y descienden en la nada. Eso era el tiempo, su sonido, su olor. Y esta noche (y Tomás sacó una mano fuera de la camioneta), esta noche casi se podía tocar el tiempo.

    La camioneta se internó en las colinas del tiempo. Tomás sintió unas punzadas en la nuca y se sentó rígidamente, con la mirada fija en el camino.

    Entraba en una muerta aldea marciana; paró el motor y se abandonó al silencio de la noche. Maravillado y absorto contempló los edificios blanqueados por las lunas. Deshabilitados desde hacía siglos. Perfectos. En ruinas, pero perfectos.

    Puso en marcha el motor, recorrió algo más de un kilómetro y se detuvo nuevamente. Dejó la camioneta y echó a andar, llevando la bolsa de comestibles en la mano, hacia una loma desde donde aún se veía la aldea polvorienta. Abrió el termos y se sirvió una taza de café. Un pájaro nocturno pasó volando. La noche era hermosa y apacible.

    Unos cinco minutos después se oyó un ruido. Entre las colinas, sobre la curva de la antigua carretera, hubo un movimiento, una luz mortecina, y luego un murmullo.

    Tomás se volvió lentamente, con la taza de café en la mano derecha.

    Y asomó en las colinas una extraña aparición.

    Era una máquina que parecía un insecto de color verde jade, una manta religiosa que saltaba suavemente en el aire frío de la noche, con diamantes verdes que parpadeaban sobre su cuerpo, indistintos, innumerables, y rubies que centelleaban con ojos multifacéticos. Sus seis patas se posaron en la antigua carretera, como las últimas gotas de una lluvia, y desde el lomo de la máquina un marciano de ojos de oro fundido miró a Tomás como si mirara el fondo de un pozo.

    Tomás levantó una mano y pensó automáticamente: ¡Hola! aunque no movió los labios. Era un marciano. Pero Tomás había nadado en la Tierra en ríos azules mientras los desconocidos pasaban por la carretera, y había comido en casas extrañas con gente extraña y su sonrisa había sido siempre su única defensa. No llevaba armas de fuego. Ni aun ahora advertía esa falta aunque un cierto temor le oprimía el pecho.

    También el marciano tenía las manos vacías.

    Durante unos instantes, ambos se miraron en el aire frío de la noche.

    Tomás dió el primer paso.

    —¡Hola! —gritó.
    —¡Hola! —contestó el marciano en su propio idioma

    No se entendieron.

    —¿Has dicho hola? —dijeron los dos.
    —¿Qué has dicho? —preguntaron, cada uno en su lengua.

    Los dos fruncieron el ceño.

    —¿Quién eres? —dijo Tomás en inglés.
    —¿Qué haces aquí? —dijo el otro en marciano.
    —¿A dónde vas? —dijeron los dos al mismo tiempo, cofundidos.
    —Yo soy Tomás Gómez.
    —Yo soy Muhe Ca.

    No se entendieron las palabras, pero se señalaron a sí mismos, golpeándose el pecho, y entonces el marciano se echó a reir.

    —¡Espera!

    Tomás sintió que le rozaban la cabeza, aunque ninguna mano lo había tocado.

    —Ya está —dijo el marciano en inglés—. Así es mejor.
    —¡Qué pronto has aprendido mi idioma!
    —No es nada.

    Turbados de nuevo por el silencio, ambos miraron el humeante café que Tomás tenía en la mano.

    —¿Algo distinto? —dijo el marciano mirándolo y mirando el café, y tal vez refiriéndose a ambos.
    —¿Puedo ofrecerte una taza? —dijo Tomás.
    —Por favor.

    El marciano descendió de su máquina.

    La mano de Tomás y la mano del marciano se confundieron, como manos de niebla.

    —¡Dios mío! —gritó Tomás, y soltó la taza.
    —¡En nombre de los Dioses! —dijo el marciano en su propio idioma.
    —¿Viste lo que pasó? —murmuraron ambos, helados por el terror.

    El marciano se inclinó para tocar la taza, pero no pudo tocarla.

    —¡Señor! —dijo Tomás.
    —Realmente… —comenzó a decir el marciano. Se enderezó, meditó un momento, y luego sacó un cuchillo de su cinturón.
    —¡Eh! —gritó Tomás
    —Has entendido mal. ¡Tómalo!

    El marciano tiró al aire el cuchillo. Tomás juntó las manos. El cuchillo le pasó a través de la carne. Se inclinó para recogerlo, pero no lo pudo tocar, y retrocedió, estremeciéndose.

    Miró luego al marciano que se perfilaba contra el cielo.

    —¡Las estrellas! —dijo.
    —¡Las estrellas! —respondió el marciano mirando a Tomás.

    Las estrellas eran blancas y claras más allá del cuerpo del marciano, y lucían dentro de su carne como centellas incrustadas en la tenue y fosforescente membrana de un pez gelatinoso; parpadeaban como ojos de color violeta en el estómago y en el pecho del marciano, y le brillaban como joyas en los brazos.

    —¡Eres transparente! —dijo Tomás.
    —¡Y tú también! —replicó el marciano retrocediendo.

    Tomás se tocó el cuerpo, sintió su calor y se tranquilizó. «Yo soy real», pensó.

    El marciano se tocó la nariz y los labios.

    Yo tengo carne —murmuró—. Yo estoy vivo.

    Tomás miró fijamente al extraño.

    —Y si yo soy real, debes estar muerto.
    —¡No! ¡Tú!
    —¡Un espectro!
    —¡Un fantasma!

    Se señalaron el uno al otro y la luz de las estrellas les brillaba en los miembros como dagas, como trozos de hielo, como luciérnagas, y se tocaron otra vez y se descubrieron intactos, calientes, animados, asombrados, despavoridos, y el otro, ah, sí, ese otro, era sólo un prisma espectral que reflejaba la acumulada luz de unos mundos distantes.

    Estoy borracho, pensó Tomás. No se lo contaré mañana a nadie. No, no.

    Se miraron un tiempo, de pie, inmóviles, en la antigua carretera.

    —¿De dónde eres? —preguntó al fin el marciano.
    —De la Tierra.
    —¿Qué es eso?

    Tomás señaló el firmamento.

    —¿Cuándo llegaste?
    —Hace más de un año, ¿no reuerdas?
    —No.
    —Y todos vosotros estabais muertos, así lo creímos. Tu raza ha desaparecido casi totalmente, ¿no lo sabes?
    —No. No es cierto.
    —Sí. Todos muertos. Yo vi los cadáveres. Negros, en las habitaciones de las casas. Muertos. Millares de muertos.
    —Eso es ridículo. ¡Estamos vivos!
    —Escúchame. Marte ha sido invadido. No puedes ignorarlo. Has escapado.
    —¿Yo? ¿Escapar de qué? No entiendo lo que dices. Voy a una fiesta en el canal, cerca de las montañas de Eniall. Allí estuve anoche. ¿No ves la ciudad?

    Tomás miró hacia donde le indicaba el marciano y vio las ruinas.

    —Pero cómo, esa ciudad está muerta desde hace miles de años.

    El marciano se echó a reír.

    —¡Muerta! ¡Dormí allí anoche!
    —Yo estuve allí la semana anterior y la otra, y hace un rato, y es un montón de escombros. ¿No ves las columnas rotas?
    —¿Rotas? Las veo perfectamente a la luz de la luna. Intactas.
    —Hay polvo en las calles —dijo Tomás.
    —¡Las calles están limpias!
    —Los canales están vacíos.
    —¡Los canales están llenos de vino de lavándula!
    —Está muerta.
    —¡Estña viva! —protestó el marciano riéndose cada vez más—. ¡Oh, estás muy equivocado” ¿No ves las luces de la fiesta? Hay barcas hermosas esbeltas como mujeres, y mujeres hermosas esbeltas como barcas; mujeres del color de la arena, mujeres con flores de fuego en las manos. Las veo desde aquí, pequeñas, corriendo por las calles. Allá voy, a la fiesta. Flotaremos en las aguas toda la noche, cantaremos, beberemos, haremos el amor, ¿no las ves?
    —La ciudad está muerta como un lagarto seco. Pregúntaselo a cualquiera de nuestro grupo. Voy a la Ciudad Verde. Es una colonia que hicimos hace poco cerca de la carretera de Illinois. No puedes ignorarlo. Trajimos trescientos mil metros cuadrados de madera de Oregón, y dos docenas de toneladas de buenos clavos de acero, y levantamos a martillazos los dos pueblos más bonitos que hayas podido ver. Esta noche festejaremos la inauguración de uno. Llegan de la Tierra un par de cohetes que traen a nuestras mujeres y a nuestras amigas. Habrá bailes y whisky…

    El marciano estaba inquieto.

    —¿Donde está todo eso?

    Tomás lo llevó hasta el borde de la colina y señaló a lo lejos.

    —Allá están los cohetes. ¿Los ves?
    —No.
    —¡Maldita sea! ¡Ahí están! Esos aparatos largos y plateados.
    —No.

    Tomás se echó a reír.

    —¡Estás ciego!
    —Veo perfectamente. ¡Eres tú el que no ve!
    —Pero ves la nueva ciudad, ¿no es cierto?
    —Sólo veo un océano y la marea baja.
    —Señor, ese agua se evaporó hace cuarenta siglos.
    —¡Vamos, vamos! ¡Basta ya!
    —Es cierto, te lo aseguro.

    El marciano se puso muy serio.

    —Dime otra vez. ¿No ves la ciudad que te describo? Las columnas muy blancas, las barcas muy finas, las luces de la fiesta… ¡Oh, lo veo todo tan claramente! Y escucha… Oigo los cantos. ¡No están tan lejos!

    Tomás escuchó y sacudió la cabeza.

    —No.
    —Y yo, en cambio, no puedo ver lo que tú me describes —dijo el marciano.

    Volvieron a estremecerse. Sintieron frío.

    —¿Podría ser?
    —¿Qué?
    —¿Dijiste que «del cielo»?
    —De la Tierra.
    —La Tierra, un nombre, nada… —dijo el marciano—. Pero… al subir por el camino hace una hora… sentí…

    Se llevó una mano a la nuca.

    —¿Frío?
    —Sí.
    —¿Y ahora?
    —Vuelvo a sentir frío. ¡Qué raro! Había algo en la luz, en las colinas, en el camino… —dijo el marciano—. Una sensación extraña… El camino, la luz… Durante unos instantes creí ser el único sobreviviente de este mundo.
    —Lo mismo me pasó a mí —dijo Tomás, y le pareció estar hablando con un amigo muy íntimo de algo secreto y apasionante.

    El marciano meditó unos instantes con los ojos cerrados.

    —Sólo hay una explicación. El tiempo. Sí. Eres una sombra del pasado.
    —No. Tú, tú eres el pasado… —dijo el hombre de la Tierra.
    —¡Qué seguro estás! ¿Cómo es posible afirmar quién pertenece al pasado y quién al futuro? ¿En qué año estamos?
    —En el año dos mil dos.
    —¿Qué significa eso para mí?

    Tomás reflexionó y se encogió de hombros.

    —Nada.
    —Es como si te dijera que estamos en el año 4462853 S.E.C. No significa nada. Menos que nada. Si algún reloj nos indicase la posición de las estrellas…
    —¡Pero las ruinas lo demuestran! Demuestran que yo soy el futuro, que yo estoy vivo, que tú estás muerto.
    —Todo en mí lo desmiente. Me late el corazón, mi estómago siente hambre, mi garganta sed. No, no. Ni muertos ni vivos. Más vivos que nadie, quizá. Mejor, atrapados entre la vida y la muerte. Dos extraños que se cruzan en la noche. Nada más. Dos extraños que pasan. ¿Ruinas dijiste?
    —Sí. ¿Tienes miedo?
    —¿Qjuién desea ver el futuro? ¿Quién ha podido desearlo alguna vez? Un hombre puede enfrentarse con el pasado, pero pensar… ¿Has dicho que las columnas se han desmoronado? ¿Y que el mar está vacío y los canales secos y las doncellas muertas y las flores marchitas? —El marciano calló y miró hacia la ciudad lejana—. Pero están ahí. Las veo. ¿No me basta? Me aguardan ahora, y no importa lo que digas.

    Y a Tomás también lo esperaban los cohetes, allá a lo lejos, y la ciudad, y las mujeres de la Tierra..

    —Jamás nos pondremos de acuerdo —dijo.
    —Admitamos nuestro desacuerdo —dijo el marciano—. ¿Qué importa quién es el pasado o el futuro, si ambos estamos vivos? Lo que ha de suceder sucederá, mañana o dentro de diez mil años. ¿Cómo sabes que esos templos no son los de tu propia civilización, dentro de cien siglos, desplomados y en ruinas? ¿No lo sabes? No preguntes entonces. La noche es muy breve. Allá van por el cielo los fuegos de la fiesta, y los pájaros.

    Tomás tendió la mano. El marciano lo imitó.

    Sus manos no se tocaron, se fundieron atravesándose.

    —¿Volveremos a encontrarnos?
    —¡Quién sabe! Tal vez otra noche.
    —Me gustaría ir contigo a la fiesta.
    —Y a mí me gustaría ir a tu ciudad y ver esa nave de que me hablas y esos hombres, y oír todo lo que sucedió.
    —Adiós —dijo Tomás.
    —Buenas noches

    El marciano voló serenamente hacia las colinas en su vehículo de metal verde. El terrestre se metió en su camioneta y partió en silencio en dirección contraria.

    —¡Dios mío! ¡Qué pesadilla! —suspiró Tomás, con las manos en el volante, pensando en los cohetes, en las mujeres, en el whisy, en las noticias de Virginia, en la fiesta.
    —¡Que extraña visión! —se dijo el marciano, y se alejó rápidamente, pensando en el festival, en los canales, en las barcas, en las mujeres de ojos dorados, y en las canciones.

    La noche era oscura. Las lunas se habían puesto. La luz de las estrellas parpadeaba sobre la carretera ahora desierta y silenciosa. Y así siguió, sin ruido, sin un automóvil, sin nadie, sin nada, durante toda la noche oscura y fresca.

    Crónicas Marcianas – Ray Bradboury

    Y también una recomendación que dejó tocasho (¡semos todas!) hará par de semanas por ahí: Galería fotográfica de las ruinas de la Expo ’92

  12. #0 Antropomorfo dice:

    Si la gente viviese debajo de un pino, Madrid sería un pinar.

    El precio de las cosas lo ponemos los que compramos. Si estamos dispuestos a endeudarnos a 50 años con tal de ser propietarios, no me extraña que haya jetas que cojan prados, recalifiquen terrenos, muevan autopistas y nos ofrezcan lo que nosotros, tolis, queremos comprar.

    Entra en un piso alquilado, subarriendalo a 3 más, crea una comuna y cuando te echen desaparece sin dejar rastro. Si la gente hiciese esto en vez de comprar o pagar religiosamente una hipoteca ya verías como bajarían los alquileres y las hipotecas.

    La inflación de demanda también se produce por gente que compra un piso para especular. Si el negocio inmobiliario no fuese tan atractivo, los precios bajarían.

    A mí si me dicen: esta casa vale 300.000 leuros, pagarás 1.500 euros hasta que tengas 70 años. Yo digo: 500 pavos por mes y no más de 10 años (60.000 pavos) – sin lujos. Mi piso valía 60.000 pavos hace 10 años. Hoy vale 200.000€. ¿Qué ha cambiado en él? Nada. Sólo que hay gente dispuesta a pagar 200.000 pavos por él. Problema de la gente.