may 10 2008

Motín en la Bounty

Hay dos teorías para explicar por qué la tripulación de la Bounty se amotinó. Hay que estar muy enfadado para, en 1789, cuando la traición se pagaba con una soga al cuello, abandonar en un bote en el Pacífico a tu capitán y a 18 marinos leales a él, provistos sólo de algunos alimentos, una vela, un sextante y un reloj. El capitán Willian Bligh, con todo, tuvo suerte. 41 días y 5.800 millas después del motín, consiguió llegar a la isla de Timor. Sólo perdió un hombre en una heroica travesía donde demostró más dotes de mando que en toda su carrera anterior. Hay dos teorías para explicar por qué la Bounty se amotinó contra Bligh y ninguna deja bien al capitán.

Un año y medio antes del motín, la Bounty había partido de Inglaterra con destino a la isla de Tahití, en el Pacífico. Su misión consistía en recoger un cargamento de brotes de fruto de pan y llevarlos hasta el Caribe, donde la planta serviría como alimento barato para los esclavos de las plantaciones de caña de azúcar. Bligh intentó llegar al océano Pacífico rodeando América por el sur, pero una tempestad le impidió doblar el cabo de Hornos. Tuvo que cambiar su ruta y casi dar la vuelta al mundo para llegar a Tahití por el camino más largo, a través del sur de África y el Índico. La Bounty llegó a su destino a los 10 meses de partir, con demasiado retraso. Los brotes de fruto de pan no estaban para viajes. Había que esperar a una nueva cosecha.

Tras el infierno en alta mar, la tripulación disfrutó de la relajada vida en la isla y de sus nativas. Algunos incluso se casaron. A los cinco meses, cuando por fin el cargamento estuvo listo y Bligh dio la orden de embarcar, muchos de los marinos protestaron. Unas semanas después, llegó la rebelión en alta mar.

Hay dos teorías para explicar el motín, aunque probablemente fue una mezcla de ambas. Unos historiadores culpan a la inexperiencia del capitán y a su excesiva mano dura; a un espartano racionamiento del agua. Otros, sin embargo, creen que el motín no lo provocó la disciplina sino la ausencia de ella durante los relajados meses en Tahití. Los marineros en tierra, junto a las nativas, pronto se acostumbraron a un paraíso que no quisieron olvidar sin más.

La historia de la Bounty ya ha dado para tres películas. La mejor de ellas, con Marlon Brando como protagonista en el papel de oficial rebelde, es hoy muy comentada en los pasillos del Congreso. “Rajoy se está comportando como el capitán Bligh”, me dice un diputado del PP, que asegura que “Rebelión a bordo” es la película que mejor explica la situación de su partido. “No se fía de ninguno de sus oficiales y por eso se está rodeando de pelotas y mediocres en lugar de apoyarse en los mejores e intentar integrar a las distintas corrientes”.

Esta semana, tras dos meses de tormenta, el capitán Mariano Rajoy ha reconocido lo evidente: que en el barco del PP se viven “circunstancias difíciles”. Es todo un avance, pues hasta ahora defendía que la crisis de su partido sólo existía en la imaginación de los periodistas. Sin embargo, su definición se queda más que corta, es como llamar marejadilla a la tempestad. Mientras en público las declaraciones críticas se suceden hasta en los sectores del PP menos dados a las intrigas –¿quién iba a imaginar a Ignacio Astarloa o a María San Gil pidiendo explicaciones a su presidente?–, en privado la cosa es mucho peor. Hoy es casi imposible encontrar a un dirigente del PP que no reconozca, sin grabadoras delante, que su partido está viviendo la crisis más grave de toda su historia. Hay incluso quien habla del riesgo de una ruptura en el propio grupo parlamentario. Es lo más parecido a un naufragio que puede imaginarse la derecha.

Pese a la división en el PP, hay una cosa en la que existe casi total unanimidad: Rajoy no será el candidato en el 2012. Más allá del círculo cercano al presidente del PP –sus leales, que saben que se irán en el bote con él si la rebelión triunfa–, la gran pelea de la derecha es, en el fondo, cosa de dos. Está entre los de Esperanza Aguirre, que quieren que Rajoy se marche ya, y los de Francisco Camps, que prefieren que sea dentro de tres años, en el congreso de 2011. A Camps le interesa que Rajoy aguante porque él aún no cuenta con proyección nacional. “No quiere dejar el poder en Valencia para meterse en un despacho en Génova a hacer oposición a cuatro años de las elecciones”, argumentan desde el PP de Madrid.

Más allá de los dos oficiales que aspiran a quedarse con el timón del barco, algunos diputados buscan una tercera vía. El ejemplo de Zapatero y la historia reciente del PSOE es evidente, aunque les daría urticaria sólo de reconocerlo como tal. Alrededor del llamado G40, un grupo de diputados y senadores del PP en los cuarenta y tantos años, se especula con la posibilidad de una segunda lista para el congreso de junio. “Lo tienen difícil”, dicen los de Aguirre. “Rajoy ha utilizado el partido para atar el congreso con avales en blanco, no conseguirían ni siquiera el número suficiente como para llegar a presentarse”.

Mientras algunos oficiales, los que más disfrutaron del paraíso de los años de Gobierno, abandonan el barco, el resto del partido se queja de la disciplina. Han descubierto ahora las desventajas de un sistema presidencialista con un poder de mando militar; un esquema pensado para que en el PP no se repitiesen las disidencias de la vieja AP, pero que hace aguas cuando el mayor rebelde es el propio capitán. En esta película, sólo falta un papel por asignar. ¿Quién hará de Marlon Brando?

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Otro motín que viene al pelo, el del Caine