abr 25 2009
El pelota
Tragicomedia en dos llamadas
Álvaro ‘el bigotes’: Presidente.
Francisco Camps: Feliz Navidad, amiguito del alma.
Álvaro: Oye… que te sigo queriendo mucho.
Camps: Y yo también.
Cuentan en Valencia que la primera persona que advirtió a Eduardo Zaplana de que su delfín se la jugaría, que le traicionaría en cuanto alcanzase la presidencia de la Comunidad Valenciana, fue su mujer, Rosa Barceló. “Alguien tan pelota no es de fiar, no puede ser leal”, dicen que le dijo Rosa a su marido a la vuelta de unos días en familia, durante las fiestas de Cartagena, en los años en los que Zaplana aún presidía Valencia pero sólo pensaba en Madrid. Durante aquel viaje, Camps no paró de piropear a Zaplana, a su señora y a Cartagena –qué hermosa eres– hasta llegar a ese punto de incómoda genuflexión permanente que sólo agrada al señor presidente, al insigne peloteado, pero que produce repulsión al que contempla la escena sin ser el blanco principal de tanto elogio, el único ciego. El halago debilita, pues pocas personas son sus mejores críticos; por exagerados que sean los elogios, en el elogiado siempre suenan como más que merecidos.
Camps: Ya, ya lo sé, pero sobre todo para decirte que te quiero un huevo.
Álvaro: Bueno, qué… contarás durante muchos años con mi lealtad, ¿vale?
Camps: Perdona, ¿durante muchos años? No, hijo de puta, durante toda tu vida. Ja, ja…
“Para llegar lejos en política, lo importante es cuidar al elector; al que te elige para que vayas en la lista o en el Gobierno”, suele bromear entre obscenas carcajadas un vicepresidente autonómico del PP que aspira a heredar. Su chiste muestra bien lo poco que respetan determinados políticos la soberanía popular, hasta qué punto algunos ponen por delante del servicio público su propia supervivencia, entendida como mantener el coche oficial, que sin el chofer muero. Pero la broma es certera en su realismo sucio. A Paco Camps le ha funcionado muy bien lo de cuidar al elector. Le valió con Eduardo Zaplana, que sólo años después, cuando su dócil protegido se rebeló contra él y fumigó implacable a los suyos, descubrió hasta qué punto el instinto de su ex mujer era acertado. Pero también le ha servido con Mariano Rajoy, un elector que es hoy su mayor soporte, pues le debe las muchas atenciones que le sostuvieron en su sillón cuando media derecha conspiraba contra él, tras la derrota en las generales.
Dice Mariano Rajoy que un presidente no se vende por tres trajes, como si la tarifa afectase al delito o fuese una prueba de inocencia. El presidente del PP paga sus deudas, y se equivoca. Rajoy sabe, o alguien debería decírselo, que el gesto que hizo Camps hace un año para protegerlo de las hienas no fue fruto de una lealtad sincera sino de un cálculo interesado: al barón de la buena percha, que ni es diputado ni está en Madrid, no le interesaba que el sillón de Génova se quedase vacío tan pronto, pues habría supuesto entregárselo a otro. ¿Se merece ahora Camps que Rajoy le proteja y una así su destino al de alguien que se despeña, traje abajo? El presidente del PP cree que sí, aunque puede que más tarde descubra lo mismo que ya sabe Zaplana: que si Camps sobrevive a los costurones y no corre la suerte de su amiguito del alma, antes o después le traicionará. Está en su naturaleza.
Álvaro: Por eso, tío, es que espero que sean muchos.
Camps: Ya, pero bueno, no tienes que decir durante muchos, porque eso tiene un límite, una caducidad, durante toda tu vida…
Álvaro: No, llevas razón, siempre me tienes que… ¿ves? Es la ventaja de estar todos los días delante de un micro.
Camps: Exacto.
Álvaro: Tu caudal de palabras, tu facilidad de palabras… Te quiero mucho a ti y a tu familia. ¿Vale?
De igual forma que aquellos que son maltratados durante la infancia tienen más posibilidades para convertirse después en maltratadores, en el peloteo también se pasa con facilidad de víctima a verdugo, y viceversa. El pelota se convierte así en la presa más fácil para otro pelota más arrastrado que él, y también exige a su vez más atenciones y elogios de sus palmeros. Lo lógico sería pensar lo contrario: que nadie mejor que un pelota, alguien que se aprovechó de la debilidad que provoca el halago para matar a su peloteado, para detectar el mismo veneno en su copa. Pero la realidad demuestra que el más servil con el fuerte es también el más cruel con el débil, que no hay peor amo que un esclavo con látigo. El pelota, en su esencia sadomasoquista –a ratos dominante, a ratos sumiso–, es también aquel que sólo entiende las relaciones sociales en un eje vertical, el del poder. Por eso suele ser tan generoso en sus superlativos elogios para su jefe como sensible a los halagos y prebendas que recibe de los que considera sus inferiores. Él cree saber mejor que nadie que el mundo funciona así.
Álvaro: ¿Has leído mi tarjetón?
Camps: Muchísimas gracias, ¿eh?
Álvaro: Bueno, escucha, tu… ¿Has leído mi tarjetón?
Camps: Sí, sí, sí…
Álvaro: Bueno, pues fíjate, fíjate si te debo…
Camps: No, no, nada.
Álvaro: Sí, sí, sí.
Camps: Bueno, yo quiero que nos veamos con tranquilidad para hablar de lo nuestro… que es muy
bonito.
Francisco Camps, milano bonito, agradeció el tarjetón y lo que lo acompañaba el 7 de enero de 2009, al día siguiente de Reyes. ¿Qué le regaló Álvaro, el bigotes? ¿Oro, incienso, mirra? Si los Reyes Magos son los padres, ¿es acaso el bigotes el padre de Camps? Si el halago es un regalo para los oídos, el obsequio es también un halago material, su forma en átomos. Es parte del ciclo natural del pelota: quien con halagos mata, con regalos muere.
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Ilustración de Pepe Medina