Irene Serrano Vázquez
Vaneet Sharma es un tipo muy especial. Tranquilo, sonriente, ‘buena gente’. Es informático, pero le gustaría dedicarse a otra cosa: escribir. Anoche me enseñaba en su iPhone las notas que está tomando antes de ponerse a redactar una autobiografía novelada. Ha vivido en todas partes y tiene pinta de tener mucho que contar. A pesar de llevar dos años en España, todavía sus conocimientos del idioma son un poco un ‘reguleros’ pero está poniendo todo su empeño en mejorarlo. Quiere publicar su libro en los idiomas oficiales de los lugares en los que ha vivido.
Esto me lo contaba ayer, en una reunión muy especial y un tanto multicultural con colombianos y algún que otro nacional. Después de pasar por el Hernán Cortés a buscar a unos amigos, decidimos ir a la sala Cool, calle Isabel La Católica número 6, al Stardust. Nunca me ha gustado demasiado ese sitio, pero según está el asunto en Madrid, es la opción más barata para un viernes por la noche.
Tras esperar la cola que, gracias a Dios, no era insoportable, pasaron dentro mis amigos españoles. Yo hice lo mismo. Pero cuando me giré para buscar con la mirada a Vaneet, se encontraba clavado al lado del gorila de la puerta. “No podemos entrar, no sé qué ocurre”, me dijo mi novio, colombiano, desde la calle. Pregunté a los seguratas de dentro qué era lo que estaba sucediendo. Me contestaron que si quería irme, me devolvían el dinero. Lo hice. El tipo que le negó la entrada a Vaneet tampoco supo explicarme por qué mi amigo no podía acceder a la sala. “No es apto para entrar” fue su única respuesta.
Fue entonces cuando me di cuenta de que Vaneet iba pulcramente vestido. Una planchadísima camisa azul, pantalones beige y sandalias de tiras, bonitas, elegantes. Y fue entonces también cuando me percaté del color de su piel, de sus rasgos. Lo mismo debió ocurrirle al puerta del Sturdust, que con malos modos le pidió la identificación. Parece ser que ni siquiera confió en que su NIE fuera legal, pero cuando vio el lugar de nacimiento no dudó: “No eres apto para entrar en este local”, le dijo a él también.
Me enfadé. Mucho. Me enrabieté. Grité. Agarré a Vaneet de la mano y enfrente de la cola, con toda la fuerza de mi voz, conté a los que esperaban lo sucedido. “Él es mi amigo, es de La India. No le dejan acceder a la sala por su nacionalidad. ¿Tiene pinta de peligroso? No, simplemente es moreno”. Algunos aplaudieron, otros rieron, alguien me llamó Juana de Arco. Un ‘gafapasta’ me gritó desde el principio de la fila que dejase a los de seguridad hacer su trabajo, “algo habrá hecho tu amigo”. Ese comentario me cabreó todavía más. Aunque lo peor de todo es que nadie se movió de la fila, ni siquiera los que me daban la razón con movimientos de cabeza y gestos de complicidad.
Avisé a los puertas de que era periodista. Les amenacé con contar a toda la gente que conozco en los medios lo sucedido. Mis palabras les provocaron una carcajada sincronizada. Uno de ellos sólo supo repetirme por lo bajo una y otra vez “eres una gorda, eres una gorda”. No entendí esa reacción, supongo que sus mentes obtusas buscaban una provocación con esas palabras.
Vaneet me pidió que lo dejase, “este no es el modo. ¿Qué vas a conseguir gritando? Lo mejor que puedes hacer es responderles con una sonrisa, un ‘vaya qué lástima’ y no volviendo nunca más. Todos dormimos por las noches con nuestra conciencia. La violencia no es el camino”.
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Irene Serrano es periodista y a diferencia de las historias de la Premium este caso es tan real como habitual.