Una rectificación: hace cuatro días publiqué que Pedro Antonio Martín Marín –ex secretario de Comunicación de Aznar y compañero de viajes a Suráfrica de Ignacio González– tiene una hija que trabaja en el Canal de Isabel II. No es exacto. En realidad son dos los hijos de Martín Marín colocados en el entorno de Aguirre: una en el canal, otro en Caja Madrid; como dice el eslogan de la Comunidad de Madrid, “la suma de todos”. También está sumado en el Canal, por ejemplo, un primo de Esperanza Aguirre, Francisco Javier Aguirre Pemán, como subdirector de marketing. O un hermano de Francisco Granados, el consejero de Interior de Madrid.
El Canal de Esperanza II and friends lo preside Ignacio González, vicepresidente de la Comunidad de Madrid. El director gerente del Canal es Ildefonso de Miguel, amigo y compañero de aventuras de Martín Marín, que también tiene sumada a su mujer, Concepción Ruano, como consejera de la Cámara de Cuentas de la Comunidad de Madrid. También suma lo suyo el cuñado de Ildefonso, Fernando Ruano, consejero delegado de la empresa que difunde la señal de las emisoras de TDT que adjudicó Aguirre. O Pablo González González y José Juan Caballero Escudier, un hermano y un cuñado de Ignacio González, que, casualmente, son socios de uno de los beneficiados por la concesión de un campo de golf sobre los depósitos del Canal en Madrid.
Ildefonso de Miguel también suma en su patrimonio reciente una bodega en la Ribera del Duero que, entre otros milagros espiritosos, consiguió que Caja Madrid comprase un pedido de varios cientos de miles de euros en botellas para regalar por Navidad, hace un año. Aunque de regalos comprados o inspirados desde el Gobierno de Madrid, la que más suma es Carmen Cafranga, consejera de Caja Madrid y accionista de una empresa de subastas de arte que preside Lourdes Cavero, la mujer de Ignacio González. Las distintas empresas propiedad de Cafranga no sólo han recibido más de dos millones de euros en subvenciones y contratos de la Comunidad, sino que también son proveedoras habituales de regalos de empresa del Gobierno madrileño, un tipo de compras que requiere menos papeleo. Esperanza Aguirre se cuenta entre sus mejores clientes. Al rentable negocio del arte y las antigüedades también se dedicaba otra señora del vicepresidente, la ex mujer de Rodrigo Rato, Ángeles Alarcó, que ahora es vicepresidenta ejecutiva de Turismo de Madrid por obra y gracia de Esperanza Aguirre.
Aquí el que no suma es porque no quiere, o porque no tiene familia que le quiera. La cuñada de Ignacio González, Carmen Cavero, es también una de las consejeras ‘independientes’ que se ha sumado junto a otros expertos economistas, como Ángel Acebes o Manuel Lamela, al consejo de administración de Cibeles, la nueva corporación financiera de Caja Madrid. El sueldo por este ‘trabajo’, que no exige dedicación exclusiva, ronda los 150.000 euros anuales, más tarjeta de crédito y coche. Acebes ha preguntado al Congreso si además puede mantener el sueldo de diputado. ¿Se pierde usted con tanto cero, tanto hermano y tanto cuñado? ¿Se siente un poco primo? Pues me dejo familia en el tintero; esto sólo acaba de empezar.
Hace cuatro días, uno de los principales bufetes de abogados de Madrid envió a varias redacciones un burofax donde aconsejaba a los medios que se abstuviesen de publicar informaciones relacionadas con la vida privada de los familiares y allegados del vicepresidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González. Queridos abogados: gracias por el consejo. Pero no es una cuestión de vida privada sino de responsabilidad pública; que el César, y su mujer, hagan lo que quieran con su honra, pero que no se forren con los terrenos del acueducto. A estas alturas de la película, lo que empezó pareciendo una comedia de espías ha terminado siendo un thriller de terror: un remake de Huevos de oro de Bigas Luna mezclado con La escopeta nacional de Berlanga. No es por quitarle importancia a algo tan grave como que un gobierno utilice su poder para espiar a sus rivales políticos –en el país modelo de los liberales, EEUU, eso le cuesta el puesto al presidente–. Pero viendo el resto del iceberg, la forma de gestionar el Gobierno de Madrid como si fuese un ultramarinos familiar y, sobre todo, las fundadas sospechas sobre muchas de las adjudicaciones, lo que menos se entiende es que la Justicia española tenga tiempo y recursos para investigar al ejército israelí en Gaza –que también–, pero no mire lo que pasa en la Puerta del Sol. ¿A qué espera la Fiscalía Anticorrupción para actuar? ¿A qué espera el PSOE de Madrid para pedirlo? Lo que con tamayazo empieza, muy mal acaba.
Papelón también el de Mariano Rajoy, que ha encargado la investigación interna sobre los espías a la imparcial María Dolores de Cospedal, ex consejera de Aguirre y compañera de vacaciones en Marbella de González. Y, lo que más molesta a muchos en el PP, ha permitido con su silencio que la versión que quedase en los medios del enfrentamiento entre Ignacio González y el histórico tesorero de Génova, Álvaro Lapuerta, fuese la que filtró el equipo de Aguirre. La reunión entre Lapuerta y González no fue en Génova, sino en la Puerta del Sol. “Quiero que nos veamos en tu despacho y así grabas lo que te tengo que decir”, le espetó Lapuerta a González. ¿Su denuncia? Unos constructores –una UTE liderada por una familia de Sevilla y un empresario de Madrid– le habían pedido que intercediese porque les querían cobrar una comisión tras haber quedado primeros en el informe de los técnicos para la concesión de la obra de una carretera de la Comunidad. ¿El resultado? González lo negó todo, el concurso quedó primero desierto y después lo ganó otra constructora… y Lapuerta comenzó a ser espiado.
Esperanza Aguirre, tremendamente preocupada por los acontecimientos, lleva toda la semana buscando un pacto con Rajoy para al menos parar la investigación interna. El consejero de Sanidad, Juan José Güemes, que está al mismo tiempo en el Gobierno de Madrid y en la ejecutiva de Rajoy (su suegro, el afortunado Carlos Fabra, obró el milagro), ha hecho intentos de acercamiento, entre otros, con Alfredo Prada, uno de los espiados. Güemes le telefoneó el lunes, Prada despachó la llamada con frialdad y transmitió el recado a Rajoy, que tampoco se fía.
En Génova, después de haberse lanzado a investigar, creen que el asunto no se puede cerrar sin que haya al menos un cabeza de turco. Desde la Comunidad de Madrid juegan a que la guillotina no llegue muy arriba y que la testa que ruede sea, como mucho, la de Francisco Granados, el consejero de Interior al que todos puenteaban. Pero en Génova piden también la salida de Ignacio González, algo inaceptable para Aguirre, que prefiere afrontar una guerra total antes que matar a un poderoso número dos que tiene alma de cualquier cosa menos de mártir. La situación cada vez se parece más al chiste del dentista, ése al que su paciente agarra de los testículos mientras le dice: “¿Verdad que no nos queremos hacer daño?” Sólo que aquí hay una docena de dentistas, una veintena de pacientes y cientos de testículos en mano y dossier ajeno. Y todos quieren hacer la tortilla de siempre, pero sin romper ni un huevo.