Publicado hace unos días en The Guardian
20 de noviembre de 2011. El Partido Popular (PP) gana las elecciones generales con la mayoría más absoluta que jamás ha disfrutado la derecha española en democracia. La izquierda se derrumba. El partido socialista (PSOE) pierde un tercio de sus escaños y el 38% de sus votantes en su peor resultado desde 1933. Izquierda Unida apenas recupera 600.000 votos de los más de cuatro millones que abandonan a los socialistas.
Es, sin duda, la factura de la crisis económica; la misma ola que ha barrido a la mayoría de los gobiernos de izquierdas en Europa. ¿Ha provocado esta crisis un giro a la derecha de la sociedad española o es que la izquierda se ha quedado sin discurso y sin ideas? Ni una cosa ni la otra. La respuesta es algo más compleja que estos dos repetidos tópicos.
Si se miran los datos electorales, la mayoría absoluta conservadora no se levanta sobre un imparable avance de la derecha. Mariano Rajoy, el nuevo presidente, logró en las elecciones del pasado noviembre 10,8 millones de votos: apenas medio millón más de los que ya tuvo en las elecciones de 2008, cuando perdió frente a José Luis Rodríguez Zapatero. Si se miran las encuestas, tampoco se ve en ellas un giro ideológico a la derecha. Según el Centro de Investigaciones Sociológicas, la mayoría de los españoles se ubica en el centro izquierda, antes que en la derecha o el centro derecha. El Eurobarómetro corrobora estos datos. España, por ejemplo, es uno de los países europeos donde más porcentaje de la sociedad apoya que la lucha contra la pobreza y la exclusión social sea prioritaria, pese a la crisis: 61%, frente al 52% de la medida de la UE. Los españoles también están entre los europeos más partidarios del Estado del bienestar, de una tasa al sector financiero, de la solidaridad entre los distintos países o de una política fiscal redistributiva que grave más a los más ricos.
Rajoy ha arrasado en las urnas por la abstención y dispersión de la izquierda, no porque su base social esté creciendo.
¿Cuál es entonces la causa del derrumbe electoral de la izquierda en España? Es un problema de oferta, no de demanda: la izquierda desde el Gobierno fue incapaz de cumplir con las ideas y el discurso de sus votantes. Durante los años de la burbuja inmobiliaria, el PSOE abrazó políticas económicas liberales, especialmente en el modelo fiscal. “Bajar impuestos es de izquierdas”, defendía frívolamente Zapatero, que puso en marcha numerosos rebajas fiscales muy favorables a las clases altas. Después llegó la recesión y Zapatero reaccionó tarde, perdido en un absurdo debate semántico sobre la palabra “crisis”. El punto sin retorno se alcanzó el 12 de mayo de 2010, cuando el presidente Zapatero, acorralado por la presión de los mercados sobre el bono español, anunció el mayor recorte de gasto público de la historia de España. Zapatero asumió íntegramente las recetas liberales contra la crisis en lugar de intentar un giro socialdemócrata. En vez de subir otra vez los impuestos a los más ricos, bajó el sueldo a los funcionarios. En vez de gravar los beneficios de la banca, congeló las pensiones.
¿Tenía Zapatero alternativa? Sin duda había hueco para otras políticas, pero dentro de un orden: el de la austeridad, que viene impuesto desde Europa. ¿Cómo aplicar en plena crisis políticas de izquierdas dentro de una economía globalizada, dentro de una Unión Europea gobernada mayoritariamente por partidos conservadores? Los recortes de Zapatero fueron vistos por un enorme porcentaje de su electorado como una traición intolerable. Los votantes le dieron la espalda al PSOE. Si la única salida a la crisis es la que propugna la derecha, mejor el original que la copia.
El rígido diseño institucional de la UE, del Banco Central Europeo y del euro –una moneda única sin un tesoro único– ha convertido a los países del sur de Europa en naciones sin soberanía económica, endeudadas en una divisa que no controlan, como lo fue Argentina con el dólar. Reino Unido puede devaluar la libra o imprimir más billetes: generar inflación para así reducir el peso de su deuda. En España, a falta de la peseta, lo que se devalúan son las personas: los salarios, el Estado del bienestar y los derechos de los trabajadores.
El verdadero problema es común en toda la izquierda europea: las alegrías fiscales durante los años de la burbuja y la falta de autonomía de los gobiernos nacionales. No falla el discurso, sino la imposibilidad de aplicarlo. No hay un giro a la derecha, hay un abatimiento de la izquierda. No es la teoría política, sino su práctica. No puede ser cierto que el mismo Estado del bienestar que pudo pagar la Europa arruinada y rota de la posguerra sea hoy una utopía insostenible.
El futuro de la izquierda en España dependerá de dos cosas: de su capacidad para lograr una alianza entre los intereses de las clases medias y bajas de la sociedad, un reto difícil en un país asustado –el más pesimista de toda la UE sobre cuándo saldremos de la crisis, según el Eurobarómetro– y con un 22% de paro. También de la evolución de la economía. Rajoy ha alcanzado la presidencia con España entrando en una segunda recesión, más dura aún que la primera. No hay optimismo posible al menos para los próximos dos años. A pesar del miedo de la mayoría de la ciudadanía, habrá también protestas en la calle –están ahí los indignados del 15-M–, que irán a más si la penitencia de los recortes no lleva al paraíso del fin de la crisis.
Si la economía se recupera, el PP tiene por delante una larga hegemonía que sólo se romperá si cometen errores graves, como fue la posición de Aznar con la guerra de Irak. Aunque si la crisis continúa, no es descabellado imaginar que Rajoy pueda perder el poder tras sólo una legislatura. Pero si el PSOE y el resto de los partidos de izquierda no logran recuperar la confianza de los ciudadanos, el siguiente presidente español puede ser un tecnócrata como Monti o un populista como Berlusconi.