Un mensaje para las naciones del mundo del presidente estadounidense, George W. Bush: “Estamos metidos en esto juntos y saldremos juntos”. Primera persona del plural: nosotros. “Debemos asegurar que las acciones de un país no contradigan o minen las acciones de otro. En un mundo interconectado, nadie ganará hundiendo la fortuna de otro país”, siguió Bush, rodeado de los ministros de Economía de los países del G7, hace unas horas frente al jardín de la Casa Blanca. La peor semana de la historia de la economía mundial se cierra con un nuevo milagro: Estados Unidos abraza el multilateralismo, aunque sea forzado por los acontecimientos y de forma temporal. Después de abordar la nacionalización parcial de la banca, cuando ya solo queda cerrar las bolsas por un rato (hay países que ya lo han hecho), el último emperador reconoce al planeta Tierra que también es humano.
“Los europeos son de Venus, los estadounidenses son de Marte”, se burlaba el politólogo neocon Robert Kagan de los ciudadanos del viejo continente que tomaban las calles para protestar contra la invasión de Irak. Nenazas. No hace tanto de esa historia. “Hay que olvidar la idea de que estadounidenses y europeos comparten una visión del mundo”, decía Kagan. “Sus perspectivas sobre la eficacia y la moralidad del poder son divergentes: mientras Europa rechaza el poder y lo cambia por un mundo de leyes, reglas, negociaciones y cooperación, Estados Unidos recuerda la historia y es consciente de que la verdadera seguridad, el verdadero poder, depende de la posesión y el uso de la fuerza militar”, concluía este teórico, ahora asesor del candidato republicano John McCain.
Cañones o mantequilla. Pero las divergencias no acaban aquí ni son tan simples. Estados Unidos apuesta por la pistola y se dispara en la rodilla, se desangra en Irak. Europa defiende la palabra, pero se muestra incapaz de lograr una sola voz; ni siquiera puede aprobar una constitución común. Desde que acabó la Segunda Guerra Mundial –que fue el verdadero fin de la Gran Depresión– dos visiones de la economía y de la política han competido en el occidente democrático. El modelo europeo, basado en la colectividad. El estadounidense, construido sobre la individualidad. La persona frente a la sociedad. El yo frente al nosotros.
Era Europa quien defendía que el Estado está para algo más que reclutar soldados. Pero el crash de 2008 ha llegado a Europa justo cuando había abandonado su propio sueño, en pos de la pesadilla americana. Dice ahora Nicolas Sarkozy que hay que “moralizar el capitalismo financiero”. Es el mismo Sarkozy que afirmaba hace un año que las recetas liberales eran las únicas posibles para salvar Francia. Peor aún lo pasará Reino Unido, el portaviones de EEUU en Europa. Allí fue el laborismo y su tercera vía quien abrazó la receta tóxica de los mercados financieros desregularizados como manera de aunar lo mejor de ambos mundos: la solidaridad europea con la tremenda capacidad emprendedora estadounidense. Esa “innovación financiera” que elogiaba Gordon Brown.
Dice el sociólogo español Manuel Castells que Barack Obama será el Mijail Gorbachov americano: “EEUU afronta una crisis magnificada, si no provocada, por la invasión de Irak”, asegura Castells. “A la URSS le pasó en Afganistán”. Gorbachov, premio Nobel de la Paz, no es profeta en su tierra. En Rusia, Mijail es tremendamente impopular, pues se le hace responsable del colapso de la URSS. Le acusan de haber sido demasiado blando.
Sea quien sea el nuevo presidente estadounidense, tendrá que gestionar el fin de la supremacía, la decadencia de la superpotencia que ganó la Guerra Fría. Se acabó el liderazgo unilateral. EEUU deberá acostumbrarse a dialogar en un escenario mundial donde ya no será el único gigante. Las arenas movedizas de las subprime se tragaron el imperio. Mientras Rusia negocia un enorme préstamo para Islandia –un país en bancarrota–, los fondos soberanos de China y los países árabes compran a precio de ganga lo que aún queda en pie.
El Gorbachov americano, sea quien sea, tendrá una tentación, la misma que probablemente tuvo Mijail: perpetuar la supremacía estadounidense desde la fuerza de las armas. Seguir en Marte en vez de poner los pies en la tierra. Tras la primera Gran Depresión, llegó la segunda gran guerra.