Ha ganado el Zapatero que se atrevió con la reforma territorial que necesitaba España, el que intentó acabar con ETA, el que legalizó el derecho de los homosexuales al matrimonio, el que trajo a las tropas de Irak, el que amplió la protección social de los más necesitados con la ley de Dependencia, el que subió el salario mínimo.
Zapatero ha vuelto a ganar, a pesar de ser el presidente que tuvo enfrente a la derecha política y mediática más crispada y cavernícola desde que llegó la democracia. Ha vencido el socialismo que dio independencia y pluralidad a la televisión pública, aunque eso significase perder la mayor máquina de propaganda que vieron los tiempos. Ha ganado el PSOE que ha permitido que este sábado viésemos al Chikilicuatre triunfar en la final española de Eurovisión en la misma TVE que, hace cuatro años, en la jornada de reflexión más dolorosa, emitió a esa misma hora un documental sobre el asesinato de Fernando Buesa a manos de ETA.
Ha ganado la izquierda. Y lo ha hecho de forma clara.
El análisis de los resultados no ofrece muchas dudas. No ha vencido el PSOE calculador que tuvo miedo de pactar Navarra sino el PSOE valiente y progresista que sí que se atrevió a un gobierno de izquierdas en Catalunya. Los guiños al centro, las concesiones ante el acoso y la manipulación de la derecha, no han dado ni un voto a este proyecto, pues el aumento del PSOE se produce a costa del retroceso de otros partidos de izquierdas, especialmente de Izquierda Unida y ERC, cuyos votantes han dado su apoyo a Zapatero ante el miedo al PP más radical.
Los derrotados son muchos pero destaca uno otra vez, el mismo perdedor del 2004: la mentira. Durante los últimos cuatro años, la oposición de la derecha, la del PP y su coro mediático, ha sido tan dura o más, tan crispada o más, como la que acabó con Felipe González en 1996. Ni siquiera el sindicato del crimen que conspiró contra el viejo PSOE hasta, en palabras de uno de los conspiradores, Luis María Anson, “poner en peligro la estabilidad del Estado”, se atrevió entonces a tanto como hemos visto en estos años. Y había una gran diferencia: en aquella época existían algunos motivos reales, y no inventados, que sirviesen de coartada para tensar la convivencia hasta el extremo.
Hoy la nueva realidad del Partido Popular es su realidad de siempre: esos diez millones de votos que siempre consigue, haga frío o haga calor, desde hace cuatro elecciones generales y que son, al mismo tiempo, su techo y su suelo. Se cumple la norma: en España, las elecciones las gana o las pierde la izquierda, que es la que escoge entre votar o quedarse en casa. Ayer votó.
Con todo, Mariano Rajoy salva los muebles. En Génova respiraron aliviados cuando vieron, en el dato de las seis de la tarde, que la participación esta vez no iba a ser tan alta como en el año 2004. Con dos puntos más de participación y la polarización que hemos vivido en estos comicios, los más bipartidistas de la historia, el PSOE estaría hoy en un paisaje muy distinto, el de la mayoría absoluta.
La derecha tiene ante sí un escenario conocido en España: el de la derrota dulce. Puede argumentar que crece en escaños y en porcentaje de votantes. Ya lo hizo anoche, celebrando su derrota casi como si la niña se llamase Victoria, en vez de Esperanza. Pero se engañaría a sí misma si viese en la estrategia de estos últimos cuatro años el camino de vuelta a la Moncloa.
El PP jamás podrá volver al Gobierno mientras provoque tanto rechazo en Catalunya, una comunidad autónoma donde reside otra vez la clave de la victoria socialista. El PP, cada día más, es un partido nacionalista español, entendida esa España como el rechazo a la identidad plural de esta nación de naciones. Y con ese discurso se puede mandar en muchos ayuntamientos, en muchas autonomías. Pero es casi imposible gobernar para todos.
Zapatero tiene cuatro años más por delante donde no tendrá problemas para cumplir con su programa. Tiene un escenario más fácil que hace cuatro años y podrá pactar con relativa tranquilidad. Ahora se puede atrever con muchas de las cuestiones que quedaron pendientes durante su primer mandato.
Es el momento de abordar problemas como la prometida reforma de la hipócrita ley del aborto, para que no sea necesario que las mujeres tengan que mentir a un psicólogo si quieren decidir sobre su cuerpo. Ha llegado el día para que el PSOE pueda separar a la Iglesia del Estado en una división que está por hacer en este país desde el siglo XIX. Es la ocasión para afrontar la reforma de la Justicia, para aumentar los derechos sociales, para profundizar en las libertades.
Zapatero ha ganado por la izquierda. Dentro de cuatro años, será otra vez la izquierda la que salga a votar. O la que se quede en casa.