dic 08 2007
Reflexiones sobre la cría de cuervos
Juan Carlos Escudier
Salvo en la torre de Londres, donde hay que tenerlos bien alimentados y lustrosos porque, según la leyenda, la monarquía británica tendría los días contados si faltaran, la cría de cuervos nunca fue una afición recomendable. Sus escandalosos graznidos y su pasión por la carroña los hicieron inservibles para la cetrería. Al parecer, sólo los vikingos les dieron una utilidad: soltarlos en alta mar para que encontraran tierra firme. De ahí que la contemplación de los cuervos en algunas aldeas presagiara todo tipo de calamidades y se les asociara invariablemente con el mal agüero.
Pasada la época de las razzias por la costa de los hijos de Odín, criar cuervos, incluso figuradamente, dejó de tener sentido y se tornó una actividad peligrosa, sobre todo en época electoral porque el bicho es insaciable y no atiende a razones. En Génova, la sede del PP, empezaron a alimentarlos con pollo al chilindrón y lubina a la sal, y, al cabo del tiempo, alguno de estos pájaros, negrísimos de suyo, han exigido ya caviar y la hoja de reclamaciones.
Francisco José Alcaraz, el presidente de la AVT, se ha convertido en un problema para el PP y de los grandes. Se veía venir de lejos, dada las especiales maneras del personaje, muy útil como testaferro de manifestaciones contra el Gobierno pero carente de toda sutileza. Si algo ha logrado Alcaraz es la desafección de buena parte de la ciudadanía, que, de un tiempo a esta parte, contempla a las víctimas con notoria antipatía y a la Asociación como un instrumento de la derecha más extrema. No es, desde luego, para sentirse orgulloso.