jun 07 2008
Por los huesos de Bedia
El mensaje oculto apareció durante una reforma de la fachada del edificio, en julio de 1984. La nota estaba escondida bajo una losa, sobre la clave del arco principal de la entrada del Ministerio de Educación, en la madrileña calle de Alcalá. Estaba escrita a mano, con mala caligrafía. Decía así: “Pedro Bedia Perojo, natural de Valdecilla, provincia de Santander, cerró este arco el día 30 de Agosto de 1928. Camaradas, salud. Cuando derribéis este arco, tomáis un vaso por mis huesos”.
Bedia Perojo mandó un mensaje al futuro pero no pasó a la historia. Él no fue el arquitecto, sólo un anónimo albañil. La firma de la obra corresponde al burgalés Ricardo Velázquez Bosco, que también dibujó los planos de otros edificios emblemáticos de aquel Madrid de principios de siglo que soñó con ser París, como el Ministerio de Fomento (hoy Agricultura) o el Palacio de Cristal, en el Retiro. Bedia Perojo, del que nunca más se supo, cerró el arco con sus propias manos. Con su nota manuscrita, cumplió con una vieja tradición; un ritual que nació en la Edad Media y que aprendían los albañiles, de maestro a peón: dejar constancia para el futuro, con un mensaje escondido sobre la puerta principal, de quiénes y cuándo levantaron el edificio. En ocasiones no era sólo una simple nota sino que se escondían también, en una caja, un juego de monedas y los periódicos del día.
La vieja tradición ha mutado en el siglo de las grúas y los adosados. Ahora el mensaje al futuro no se esconde al terminar el edificio sino cuando aún no se ha empezado a trabajar en él. Ya no es sobre la puerta principal sino bajo la primera piedra, ese invento que sirve a los políticos para inaugurar las obras por partida doble: cuando empiezan y cuando acaban.
Tal vez sea ésta una de las razones que explican por qué las administraciones públicas son, por regla general, tan poco dadas a gastar en educación y en ciencia. No luce para conseguir votos, aunque sea la inversión más rentable para una sociedad. A diferencia del asfalto, del ladrillo, del mármol o del hormigón, el futuro nunca se inaugura.
Aumentar el presupuesto para la investigación y para la educación –ahora en manos de las autonomías– debería ser una prioridad absoluta si queremos pasar de cuartos y competir, por fin, con las grandes potencias mundiales. Pero no basta sólo con invertir más, hay muchos problemas de fondo que son estructurales, que no requieren más dinero sino valentía política.
Con la educación, como con el fútbol, todo el mundo es seleccionador nacional. Se repiten tópicos y falsedades sobre la autoridad, el discurso que tan bien le funcionó a Sarkozy en Francia, como si el ejemplo a seguir fuera el de la educación franquista del florido pensil; el de los cachetes y las listas de los reyes godos.
Tampoco se está afrontando el problema de la inmigración. En los últimos años, se ha duplicado el número de alumnos extranjeros en los colegios. En este curso rondan el 9,4% del total. Según los expertos, la educación de estos estudiantes requiere más recursos, más profesores y clases de apoyo, ya que muchos hablan otro idioma, tienen un nivel académico más bajo y pertenecen a las clases sociales más pobres, las que menos medios tienen para acceder a la cultura.
La mayoría de las autonomías han escondido el problema creando una educación de primera –la concertada, a la que se permite levantar barreras económicas para que los inmigrantes queden fuera de sus aulas– y otra de segunda, la pública, donde algunos centros alcanzan hasta un 80% de alumnos inmigrantes. El modelo sirve para agradar a los padres nacionales, a los votantes, al tiempo que se emplea el dinero de todos para dinamitar la educación pública. Los hijos de los inmigrantes –como ahora ha descubierto a fuego Francia, tras la explosión de las banlieues– también son parte de nuestro futuro.
Con la educación universitaria el problema es otro, y su solución también requiere valentía política. A muchos padres tampoco les va a gustar.
En los últimos 30 años, España ha inaugurado decenas de universidades, cientos de facultades. Hemos logrado un fantástico primer objetivo, que la universidad no sea sólo para las élites económicas. Pero tenemos pendiente otro reto: competir en excelencia con las universidades punteras europeas y estadounidenses.
Pocas iniciativas de la UE han hecho tanto por convertir Europa en algo más que una unión económica como los programas de becas Erasmus. Estas ayudas también han demostrado otra cosa, a padres y a alumnos: estudiar fuera de casa es una de las mejores experiencias personales y educativas para un joven.
¿Tiene sentido que cada capital de provincia ofrezca todas las licenciaturas? ¿No sería más efectivo invertir los recursos en grandes facultades de referencia, repartidas por todo el país, y becas para que todos los estudiantes, sin importar sus recursos económicos ni su ciudad de origen, puedan estudiar en ellas? El problema, una vez más, pasa por las inauguraciones. Nadie ha ganado unas elecciones por cortar la cinta de un programa de becas.
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P.D.: La botella de náufrago de Pedro Bedia Perojo, enmarcada entre dos planchas de metacrilato, decora hoy una de las salas del Ministerio de Educación. 80 años después, su arco sigue en pie. Un país necesita arquitectos, pero también albañiles. Tomad un vaso por sus huesos.